A un amigo le levantaba el ánimo ver lleno de agua el embalse al lado de la autopista por la que viajaba cada día. Hay pocas cosas más deprimentes y siniestras que un embalse vacío, dejando a la vista troncos que fueron árboles, muros caídos, desechos, cieno. La abundancia, en cambio, lo tapa todo. La retirada de las aguas está dejando al aire desmanes que hoy parecen inconcebibles, pero que todavía ayer eran vistos con indulgencia, si no celebrados: nuestra óptica ha cambiado, y no sólo el paisaje. No hablo de la corrupción, que es puro delito y mugre, sino del exceso, la desmesura, la megalomanía. Por su plasticidad me quedo con la escultura gigante de Carlos Fabra en el aeropuerto sin aviones de Castelló, pero hay mayestáticos tributos al ego en cada región, ciudad o pueblo, dignos de un itinerario temático; o de un estudio, a partir de esas vísceras, del alma del hombre de poder.