La alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, anunció ayer la clausura de las emisiones de la televisión municipal (TVM). Con independencia del dramatismo que genera la pérdida de puestos de trabajo, no cabe duda de que la medida es razonable y necesaria. Se acabaron los tiempos de la megalomanía y del derroche descontrolado. Si ya es difícil de digerir que los ayuntamientos prescindieran de los alguaciles para crear emisoras de TV, esta tendencia resulta hoy incompatible con la austeridad que impone la crisis económica y con la variedad de la oferta que suministra la TDT, garantía de cualquier exigencia de pluralidad informativa. De hecho, la diversidad de contenidos es tal que la programación de TVM no gozaba precisamente del favor del público y comprometía su rentabilidad, razón en sí misma más que poderosa para cuestionar su continuidad. El cierre de la televisión municipal supone, por otro lado, un sonoro golpe de nudillos de la alcaldesa contra la mesa del déficit. Bienvenido sea, aunque siguen echándose en falta otras muchas iniciativas para ajustar el gasto público local. Hace apenas unas semanas, la propia Rita Barberá invirtió 40.000 euros para llenar el Puente de las Flores (un pozo negro desde que ella misma se empeñó en proyectarlo como escaparate visual y olfativo) de pétalos de poinsetia para vestir de rojo la Navidad. Y la apuesta de Barberá por mantener la onerosa Fórmula 1 choca con el freno impuesto por sus homólogos del Consell. Hay que sacar, pues, la tijera y no dejar sólo la pantalla en negro.