Canal 9 no es el más grave de los casos de combustión acelerada de los recursos públicos a mayor gloria de un puñado de patanes que se irán del mundo con el riñón forrado y la cabeza tan hueca como la traían. A padres cabestros, hijos desgraciados. Eso es lo que pasó en Canal 9. El empeño de forrarse de cierto mafioso afectado de satiriasis en grado de baboseo, las adjudicaciones a dedo, el circo de los acontecimientos a beneficio de los amiguetes, la prédica sectaria (muy bien retribuida, no crean que lo hacían gratis) de tertulianos, tan feroces con el caído como dados al lametón a sus dueños, todo eso y muchas infamias más pueden acabar pagándolo los trabajadores de la empresa, que quizás no sean inocentes, pero que no son primeros responsables.

Creo que las estafas sostenidas y generales apoyadas en el despilfarro de grandes recursos son tan graves como los crímenes terroristas. No, no me he vuelto majara ni ignoro nuestra tradición jurídica. Precisamente porque conozco nuestras leyes y porque mi cabeza sigue aceptablemente asentada donde siempre estuvo, digo que si el terrorismo es muy dañino para la convivencia, esto es para la esperanza razonable de vivir regidos por ciertas reglas, tan graves o más son los gúrteles y timos piramidales, los aeropuertos sin aviones de Castellón y Ciudad Real, los ERE falsarios de Andalucía, los ladrones orfeonísticos de Cataluña y los abusos de la usura bancaria. Estos crímenes ganan en extensión lo que pierden en intensidad. Una bomba arruina la vida de una o dos familias. El latrocinio organizado de bienes públicos y privados gana en extensión lo que pierde en intensidad: miles, a veces millones de personas sin casa, trabajo o futuro.

Este artículo no va dirigido a los cínicos cuyos alegatos ya me están silbando en los oídos, sino a las personas de ley de cualquier creencia política. ¿O vamos a reservar el rigor sólo para los presupuestos? Tiempo habrá para la indulgencia, ahora, mano dura con los chorizos. Y no por venganza o por resentimiento, sino por preservar unas mínimas reglas de juego.