Cristóbal Montoro está tan contento de ser ministro que corre el riesgo de olvidarse de la economía. La crisis rescata a los pensadores más inesperados, pero el titular de Hacienda alardeó de innovador al homenajear el miércoles en el Congreso a Bibiana Aido. En concreto, el ministro más feliz del Gobierno de Rajoy abrió su intervención saludando a las escasas «miembras» del gabinete, aplicando el término antiacadémico que sintetiza las políticas de igualdad de Zapatero. El responsable económico de la derecha censuraba la herencia recibida —dos términos femeninos— del PSOE, al mismo tiempo que reivindicaba a la ministra más controvertida del socialismo. Ni Rubalcaba ni Chacón han mostrado un énfasis excesivo por captar para sus candidaturas a la autora del primer «miembras» de la historia.

A falta de aclarar si hubo lapso o relapso de Montoro, su aval no económico a Aido conllevaba un hermanamiento por las críticas compartidas. El hacendoso titular de Hacienda también había sido tachado de demasiado frívolo para recuperar con Rajoy la cartera que ya desempeñó con Aznar. Su incesante hormigueo se consideraba contraproducente para sus ambiciones, pero maduró en el fruto deseado. La vigencia parlamentaria de «miembras» traslada a la exministra el mensaje solidario de que no debe descartar su rehabilitación. Es emocionante asimismo que tanto la socialista como el conservador elevaran el «miembras» a la categoría parlamentaria en su intervención inaugural en la cámara. Hasta los gobiernos más graníticos requieren de algún integrante que disuelva la atonía de la dignidad ministerial.

El «miembras» de Montoro también ilumina retrospectivamente la rueda de prensa que siguió al Consejo de Ministros donde se había estrangulado a las clases medias. Las intervenciones públicas del titular de Hacienda donde demonizaba las subidas de impuestos eran tan numerosas, que se sintió obligado a precisar que «no hemos cambiado de forma de pensar». En aquellas circunstancias, la desfachatez del incumplimiento electoral parecía sumarse al cinismo de fortificarse en ideas no aplicadas, «sólo hemos cambiado la forma de actuar». El brindis por Aido centra el discurso en «hemos cambiado nuestra forma de hablar».

En su muy desmenuzada intervención, Montoro renunció al equilibrismo de «miembros y miembras». Se centró en el «miembras del Gobierno», hurgando en el reduccionismo como vía rápida y certera hacia la paridad. Dios es mujer. La inmersión en el feminismo del titular de Hacienda evoca los años en que ha estado predispuesto a cualquier exageración sobre la gestión económica de Zapatero, con tal de arañar una portada que lo condujera a su actual desempeño. Si necesita defenderse de los cavernícolas que se abalanzaban sobre Aido al mínimo pretexto —y ella los ofrecía en caudal abundante— sólo debe aclarar que por algo no es ministro de Haciendo, aunque la femenina Hacienda haya sido saqueada en aplicación de procedimientos de una virilidad incuestionable.

Si la igualdad se reconciliara con la corrección gramatical, Montoro podría referirse a «las miembros del Gobierno» con la tranquilidad de que hubiera un número suficiente de receptoras de su saludo. Sin embargo, con sólo cuatro mujeres entre los quince integrantes del gabinete, la violación flagrante de la paridad aureola de un regusto burlesco a la intervención del ministro. Su término es tan estéril como las prédicas de San Pablo a los Efesios. Por enlazar con el asunto que se debatía en el Congreso, en teoría no hay que subir los impuestos —«miembras»—, pero en la práctica se procede a la mayor exacción de la historia tributaria —«miembros».

La confusión genérica de Montoro palidece en importancia frente a la diversidad de cifras de déficit aportadas por los ministros, pero se entiende mejor. Rajoy seleccionó a dos eggheads o cabezas de huevo intelectuales para llevar las riendas de la política económica. Debió recordar a Napoleón, cuando advierte que colocar a dos excelentes generales al frente de un solo ejército es peor que seleccionar a un general mediocre. A la espera de que los ministros de Economía y Hacienda se peleen para demostrar quién los tiene mejor impuestos, se están caracterizando por una facundia poco rigurosa, que pone en aprietos al Gobierno. En cambio, el presidente del ejecutivo nunca llamará «miembras» a sus escasas ministras, porque no habla. De hecho, no intervino en la sesión parlamentaria de marras. Es probable que Rajoy no salude a sus ministras ni en la intimidad de La Moncloa, o que sólo intercambie con ellas un asexuado «¿qué hay?».