Efectivamente, Fraga no vino al mundo cuando en La Pepa se reconoció la libertad de prensa, pero se ha ido a descansar para los restos al conmemorarse las Cortes de Cádiz. A mí la Ley de Prensa presentada por Fraga en el 66, que supuso un aliviadero, me pilló en la primera comunión, pero no en la profesional, sino en la de marinerito, aunque lo hubiera tenido complicado al igual que los colegas de la época para averiguar si donde se bañó don Manuel fue en Palomares.

La primera imagen nítida que conservo de él es con bombín. Por aquel entonces, los españoles viajábamos menos que Urdangarín hoy. De lo más europeo que tuvimos en el 73 fue a esa fuerza de la naturaleza moviéndose por Londres y a López Vázquez encerrado en una cabina. Y con lo más internacional que contamos fue con Las Matildes, que pusieron a Telefónica en el candelabro y a sus acciones por encima de la deuda pública en rentabilidad, y con el Real Madrid, aunque tampoco es mi intención tensionar a Mou en víspera de otra nochecita.

A Fraga se le hizo noche cerrada la fecha en que creía que don Juan Carlos lo escogería para pilotar la transición y en la terna coló a un advenedizo llamado Suárez. El tornado de Villalba erró el tiro al colgar el bombín y ponerse al frente de Gobernación con Arias Navarro de timonel, por lo que el Rey miró hacia otro lado eligiendo el suyo al son de Libertad sin ira. A partir de ahí buena parte de la cólera almacenada la pagamos los periodistas, que íbamos a su encuentro con una cierta cautela. Yo acudí a la cita de la mano de Juan Antonio Montesinos, de los Montesinos de toda la vida, a la planta 26 del Gran Sol. Subí pensando que tenía gracia que acabara de descartar ir de corresponsal a Iberoamérica por la inestabilidad de la zona cuando estaba por descubrir a qué velocidad bajaría del rascacielos. Tras marcar de entrada el territorio con ese carácter volcánico, la entrevista fue tensa y productiva. Pero, aún jugándotela, al menos daba respuestas. Algunos de sus discípulos, tan correctos ellos, ni permiten preguntas.