Los juicios a Garzón son peligrosos, sin duda, para él pero también para el tribunal que lo juzga. En cada episodio de la instrucción llevada, en las formas que sigan en los juicios y, desde luego, en las sentencias que dicten, será el Tribunal Supremo el que se exponga, en el doble sentido de mostrarse y de correr riesgos. Quizás el tribunal se ha dejado llevar a una trampa, de la que no es fácil que salga indemne y de la que ya no puede escapar, pues, llegados aquí, se verá condenado a condenar, al menos en alguna de las tres causas. Si pensaban que Garzón se había convertido en una rueda loca en el mecanismo del sistema —la del juez justiciero— el Poder Judicial pudo haber echado mano de su instrumental sancionador, apretando tuercas poco a poco. Pero los jueces del Supremo, acostumbrados a la sentencia como el cirujano al bisturí, no se han resistido a la tentación de sacar el arma.