El FROB envía a tres señores a inspeccionar las cuentas del Banco de Valencia y, si se tercia, a enderezar su rumbo agónico. Lo primero que hacen estos tres señores es encargar a un asesor externo que les alivie la carga de trabajo. Lo segundo, descapitalizar el banco —de fondos privados— con decisiones arbitrarias. No pocos empresarios están retirando fondos a marchas forzadas, sorprendidos porque no les renuevan un crédito liviano cuando poseen millones en el banco. Por otro lado, los tres señores del FROB tampoco reciben a nadie —al margen, que se sepa, del segundo accionista del BdV, Celestino Aznar— con lo cual ni explican su gestión a la opinión pública, ni se la explican a los accionistas, ni tampoco reciben información sobre el sector industrial valenciano y sus relaciones con el banco. Vayamos por partes.

Dado que el Banco de Valencia es un barullo de empresas, bien participadas por la entidad exvalenciana, bien cimentadas sobre créditos, parecería sensato que el asesor externo buscado por los tres señores del FROB para aliviar su peliaguda labor estuviera distanciado de las firmas investigadas y alejado de posibles lazos tanto de los empresarios titulares de las firmas como de los directivos que han llevado las cuentas y el rumbo del Banco de Valencia. Si no hay más remedio que traspasarle el trabajo a un foráneo, al que hay que abonar los emolumentos respectivos, suscríbase un convenio con algún bufete o agencia con sede en Bilbao, Cádiz o Estocolmo, una manera fácil y primitiva de evitar supuestas complicidades y enterrar recelos y posibles conflictos de intereses. Los tres mosqueteros del FROB, en cambio, lo han hecho todo al revés. Han contratado al bufete de Manuel Broseta, que ha de ser excelente —no lo dudo— pero que directa o indirectamente, por obra u omisión, proyecta sombras de duda por su localización —Valencia— por sus relaciones personales con el empresariado local —cliente a su vez del BdV— y por sus trabajos pasados, presentes o futuros con las compañías que se están escrutando. Por el momento, tiene toda la información detallada de las empresas relacionadas con el banco. Es decir, posee información privilegiada. Que no la utilice es lo de menos. La confidencialidad o la ética de la responsabilidad —frente a la de la convicción o el mero interés— obliga a rechazar cualquier fuero beneficioso para la firma. ¿Pero es que acaso la memoria no funciona? ¿Y si hay memoria, no hay intención? Es mejor alejar el pecado, pues el conflicto de intereses parece claro. Los tres señores del FROB no han cavilado sobre el dilema. Ahora bien, si han acudido a otros bufetes, y estos han rechazado su propuesta —la de aligerar su carga laboral— admitiendo que trabajaban para empresas vinculadas al BdV, ya podrían haber caído en la cuenta.

El anonimato de los tres señores enviados por el FROB tampoco es una cuestión menor. Estamos hablando del Banco de Valencia, no de una entidad escuchimizada y ficticia residente en alta mar. ¿Quiénes son esos tres mosqueteros? ¿Están capacitados para pilotar la gestión de un banco en activo? ¿Conocen las singularidades y quiénes son los accionistas? Si parte del accionariado valenciano ligado al BdV está cuestionando su labor, ¿no podrían explicar cuáles son sus criterios para conducir a la entidad financiera en esta transición? La descapitalización del banco, por decisiones tomadas al tuntún —sin conocimiento previo de las consecuencias de las operaciones ejecutadas— quizás no se pueda hacer visible, pero sí que se podrá radiografiar la desbandada de fondos —si la hubiere, y parece que sí— desde que los tres señores entraron en el banco hasta que se despidieron de Valencia amparados por el dinero de papá Estado. La conclusión sería: ya que hay dinero del Estado, ¿para qué salvar los activos que se evaporan en progresión geométrica?

Los enviados del FROB —y el FROB mismo— no son entes objetivos, que sobrevuelan el mundo financiero, a salvo de virus cotidianos. Todo el mundo tiene una biografía. Y a ella se debe.

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