Alberto Fabra, un presidente sobrevenido, aunque ocupe de forma legítima el cargo tras el suicidio programado de su antecesor en el Palau, ha elegido a un «cazatalentos» vinculado a las finanzas y la enseñanza privada y católica, sin experiencia política y absolutamente desconocido por el propio partido que debe darle cobertura, para ocupar la cartera más difícil del Consell en el momento en que la Comunitat Valenciana se encuentra sumida en la peor crisis de toda su historia. El nuevo conseller de Economía, Máximo Büch (cuyo principal aval es de suponer que habrán sido sus raíces en parte germánicas, dado que lo poco que se sabe de él fuera del ámbito privado es que en 2010 vio los mismos brotes verdes que la socialista Elena Salgado) es un hombre de su tiempo, usuario de las nuevas tecnologías. El primer mensaje que dejó en su twitter nada más anunciarse su nombramiento era uno en el que se quejaba de lo mucho que le ha decepcionado el iphone 4s y su deseo de hacerse pronto con el iphone 5. O sea.

Es inquietante comprobar cómo, conforme las calles se van poblando de ciudadanos empobrecidos e indignados; a medida que van creciendo el malestar y las protestas; mientras se acelera la degradación de los servicios básicos y el copago se va imponiendo por la fuerza de los hechos; es sumamente preocupante, digo, constatar cómo al mismo tiempo que todo eso sucede el espacio público se va achicando cada vez más y, por culpa de unos políticos con minúsculas, la política con mayúsculas pierde por completo su lugar, justo cuando más necesaria sería. A un político cabe exigirle que trabaje por el interés general; que escuche a quienes le otorgaron temporalmente el poder, los ciudadanos, y atienda sus necesidades; que lo haga con prudencia, que sea responsable pero, sobre todo, que tenga iniciativa, ideas y sentido común. No es necesario que sea un genio de las finanzas ni de ninguna otra materia. Los mejores presidentes que ha tenido este país, los que lo han hecho pasar en apenas unas décadas del siglo XIX al XXI, no eran catedráticos ni brokers. Para eso están los técnicos: para darles el soporte especializado que les permita cumplir con el compromiso que adquirieron ante los electores. Pero ahora se produce la paradoja de que quienes proceden de la elite que precisamente nos ha llevado a todos a la ruina, de ese territorio ignoto que llaman mercados, del capital riesgo, que con sólo el nombre ya asusta, de la ingeniería financiera, de la teoría bien pagada y la práctica mullida sobre un colchón de bonus millonarios; esos que ya se habían apoderado del discurso político y condicionado sus decisiones, esos son los que ahora dan el salto definitivo al primer plano.

Y no lo digo por Büch, del que ya he señalado que se desconocen sus méritos para ocupar un puesto de tanta responsabilidad política sin haberse curtido jamás en ella, y del que por no saber, no sabemos siquiera si el nombre se lo escribimos en alemán, y con diéresis, o lo valencianizamos y lo hacemos de la pandilla. Hablo en general de lo que está ocurriendo en casi toda Europa, en España y, cómo no, en la Comunitat Valenciana. Nos han convencido de que todos los políticos son nefastos, de que la política en sí misma lo es; y los propios políticos, que como escribe Crouch en «La posdemocracia» hace tiempo que dejaron que los eslóganes sustituyeran a los discursos y que la economía impusiera sus dictados a la política, han entragado las llaves del reino a quienes planificaron su saqueo y ahora nos pasan la factura de sus fiestas.

Alberto Fabra pareció empezar bien. Nos hizo creer que tenía una firme voluntad de desmarcarse de la desastrosa gestión que Camps había desarrollado durante su mandato y del iluminismo y el sectarismo que habían caracterizado la última etapa del mismo. También que era un político a la vieja usanza, en el mejor sentido de la acepción, capaz de escuchar, entender y dialogar. Hasta creímos oírle alguna vez pedir perdón por el desastre al que su predecesor ha llevado a esta comunidad. Pero ahora se diría que el cuento ha quedado en microrrelato. Sus últimas semanas han sido un canto a la improvisación, la rectificación de los propósitos iniciales y la falta de arrojo, el peor pecado –corrupción al margen– que puede cometer un político. La Sanidad, la Educación y los Servicios Sociales, que prometió respetar, se desmoronan por días, después de años de haber estado minando sus estructuras. Nombró un vicepresidente que sí es político, pero todas las señales que desde entonces se han enviado son las de que carece de autonomía frente al aparato campista que todavía controla los escalones intermedios de la Administración autonómica. Y un vicepresidente que no manda, no es vicepresidente sino que corre el riesgo de convertirse en títere. Cierto es que acaba de llegar, pero también lo es que los puñetazos en la mesa sólo sirven si se pegan al principio: luego se convierten en pataletas estériles.

¿Se han tomado medidas en el buen camino? Sin duda. La central de compras para racionalizar el gasto y poner orden en la selva de contratas y empresas públicas de la que tanto provecho sacaron tramas como la Gürtel es un buen ejemplo de ellas. Pero al mismo tiempo se ha puesto en marcha una poda brutal que afecta a los pilares mismos de la sociedad. Una mala Sanidad es una garantía de exclusión de amplias capas de la población, al igual que unos Servicios Sociales tan depauperados que hasta los fiscales se han visto en la obligación de intervenir son la fórmula para acabar con el más elemental principio de solidaridad. Y con el maltrato a la Educación pública no sólo estamos comprometiendo el presente: acabamos con toda esperanza de futuro. Con un panorama así, que el president Fabra compareciera en las Corts para reiterar una panoplia de vaguedades y refugiarse luego en su escaño dejando la responsabilidad del debate al portavoz de su partido, vieja guardia del PSPV reconvertido en vieja guardia del PP, es hoy una cobardía política intolerable.

Fabra parece prisionero de los acontecimientos, cuando lo que hace falta es alguien capaz de sobreponerse a ellos. No gobierna, le gobiernan desde fuera y le bloquean desde dentro. Así que Büch, al que es posible que hace una semana ni conociera, no es un síntoma, sino una consecuencia. Ora pro nobis.

Su reino no es de este mundo

El PSOE sigue sustanciando sus primarias a cantazos. Ayer, mientras miles de personas se echaban a la calle para protestar contra unos gobernantes incapaces de encontrar mejor manera de ajustar las cuentas que ajustarlas con ellos, los socialistas se encerraban a desnucar rivales. Las primarias están bien, aunque no si ello supone, como así viene siendo, convertir un partido de militantes en un batallón presidencialista; pero están bien si significa que, más que personas, se confrontan ideas. Poco de eso estamos viendo, y mucho menos en el PSPV, donde el debate de ideas ha sido mínimo y los conciliábulos de salón máximos y donde, una vez más, los procesos y los congresos se encadenan, y cuando se habla de primarias para elegir secretario federal en realidad se pelea por el liderazgo en la federación, y de ahí el de la asamblea, y de ahí el puesto en las listas. El colmo es que ayer, ganara quien ganara, el resultado final de tanta alianza contra natura y tanta desconexión de lo que realmente importa fuera que todos perdieran. El secretario del PSPV, Jorge Alarte, el vicesecretario, Alejandro Soler, el presidente de la gestora de Alicante, Ángel Luna, y la mayoría de los alcaldes que les quedan fueron derrotados. Pero los vencedores, con Leire Pajín y Ana Barceló liderando, necesitaron por su parte pactar hasta con el diablo. Vale. Dos preguntas: ¿Y ahora qué?. Pero sobre todo: ¿a quién le importa?