Distintos consellers y altos cargos del PP, especialmente los más próximos a Francisco Camps, se han quejado amargamente de la penosa imagen que exporta la Comunitat Valenciana desde que la opinión pública nacional y extranjera trata de buscar explicaciones a la amenaza de suspensión de pagos que se cierne sobre el entramado económico de la Generalitat. Varios titulares, a cuál de ellos más escandaloso, trituran casi todos los días nuestra credibilidad en los periódicos más reputados dentro y fuera de nuestras fronteras. Es verdad que en algunos casos se exagera y en otros se detallan apreturas económicas que comparte buena parte del mapa autonómico español. Tampoco es baladí el hecho de que nada menos que un expresidente del Gobierno autonómico haya permanecido 26 interminables días sentado en el banquillo mientras se ventilaban presuntas corruptelas y conversaciones que sonrojarían a cualquiera. Pero al margen de la desproporción con la que se informe, no cabe duda de que damos motivos para situarnos bajo el foco que ilumina la actualidad. Los excesos cometidos han sido de tal calibre y el descontrol tan indolente, que hoy decenas de miles de estudiantes valencianos sufren frío en las aulas por los impagos del Consell por falta de recursos para reparar la calefacción o por la necesidad de restringir su uso para no entrar en bancarrota. Las multitudinarias manifestaciones del sábado contra los recortes en educación son algo más que una advertencia. No demos más motivos para que nos humillen.