No conozco personalmente a Emilio Doménech, el exedil de Empleo y Fomento de Elx, que acaba de ir al paro. Como tantas otras, a la empresa que pertenecía, y a la que se reincorporó después de que el reinado de su partido no diera para más la primavera pasada, no le ha quedado más remedio que llegar a un acuerdo con él y despedirlo. Perdona, Emilio, confío en que comprendas lo que intento decir, pero noticias de este cariz le reconcilian a uno con el mundo más próximo. A una parte muy visible de la representación pública se le ha extraviado el objetivo primero por el que llegó a la misma y, cuando a través de un caso así, se hace patente que los teóricos servidores no habitan en una burbuja privilegiada, se recupera el sentido del sacrificio que entraña hacer ese paréntesis en la carrera particular. A partir de ahora, Doménech se confundirá en las oficinas de empleo del Servef con la hilera incesante de gente a la que intentó echar una mano desde su anterior responsabilidad con planes especiales de empleo, aunque lograran la pujanza propia del momento.

Andrés Torrubia, un ingeniero al que el espíritu emprendedor lo llevó a Estados Unidos, se quedó perplejo la primera vez que se topó en California —la auténtica— c0n un currículum en el que el firmante se vendía especificando los fracasos obtenidos como parte indudable de su experiencia. Lo digo para animarnos y para propinar una larga cambiada a la zozobra que representa entrar en la dinámica de sudar tinta para reengancharse a alguna actividad remunerada, ya que el panorama es tan desconcertante que el que no se la pega también empieza a sentirse señalado. No es sólo su caso porque entonces sería para pegarse un tiro, pero lo que la entrada de Emilio Doménech en el círculo del desempleo demuestra es que las ayudas que destinó a negocios para fomentar el curro, mejor o peor enfocadas, no estaban calculadas en aprovechamiento propio. Y, en fin, qué menos que resaltarlo.