El portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología, Ángel Rivera, hablaba ayer, por primera vez desde un organismo oficial, del inicio de una sequía meteorológica, que no hidrológica. De momento, claro. La sequía que muchos lectores anticipaban por el largo periodo sin precipitaciones y el anormal incremento de las temperaturas es ya oficial. Recordaba Rivera que en el último año ha llovido una tercera parte de lo normal y que diciembre y lo que llevamos de enero ha sido muy seco. Además apuntaba, asumiendo un riesgo, que no se «veía» un episodio de lluvias generalizado. Al menos en el corto plazo.

Según la Agencia Estatal, el norte de España y la vertiente atlántica son las más afectadas por esta sequía mientras que en el área mediterránea la situación no es tan acusada. Afortunadamente, los embalses están bien y hay reservas para aguantar el primer envite.

Desde la última sequía importante, en 2004, se ha avanzado mucho a la hora de delimitar y gestionar crisis semejantes a la que parece anticiparse. Existen planes de sequía bien delimitados para cada cuenca hidrográfica e indicadores precisos por cada sistema de explotación que tienen en cuenta tanto las precipitaciones, y su déficit, como los recursos superficiales o los subterráneos disponibles en cada momento. Además, estos indicadores se interpretan como tendencias, de modo que las sequías, entendidas como un previsible déficit coyuntural de recursos hídricos, pueden de algún modo anticiparse y sus consecuencias prevenirse. De momento, estos indicadores se encuentran en nivel amarillo en muchas comarcas. Queda el naranja y el rojo que nadie quiere.

En un tiempo en el que se anuncian negociaciones y consensos en torno al agua mejor que llueva que no añadir tensión al siempre crispado debate del agua.