Juan Goytisolo anda preocupado por la expansión de lo digital en detrimento de la lectura larga y pausada del texto impreso, por la victoria del videojuego sobre la biblioteca, por la constatación de que en los Fnac hay más gente ante los ingenios electrónicos que ante los estantes de libros. Lo cuenta en un largo artículo al que llegué por recomendación indirecta de un amigo. Éste me mandó por correo electrónico varias frases sugestivas. Deseoso de poner el texto en su contexto, «hice un Google» y di de bruces con el citado artículo, que procedí a leer en la pantalla de mi ordenador. Gratis total, por cierto: no voy a ser yo quien rechace el generoso regalo que me hacen los diarios que ponen en la red la totalidad de su edición impresa.

Proclamo que nada se compara al goce de pasar las páginas de un pliego con olor a rotativa, y es harto estimulante jugar al acuerdo y al desacuerdo con la decisión editorial de poner un tema arriba y a la derecha o abajo y a la izquierda, pero para ediciones atrasadas, para los otros diez periódicos que quieres ojear tras el de cabecera, o para saber qué opinan los editorialistas británicos, el volcado íntegro del papel en la red es una bendición.

Por cierto que aquel diario, capaz de publicar artículos de opinión de 1.500 palabras como el que nos ocupa, lidera el ránking de seguidores en twitter de la prensa española. Goytisolo recoge en él unas frases del argentino Rodrigo Fresán: «La pérdida de la capacidad de concentración que procura la lectura larga y tendida (ha sido) suplantada por la voraz disposición para consumir telegráfica y espasmódicamente frases de 140 caracteres». Esa es la extensión máxima de los tuits o mensajes de twitter que los periódicos más serios ya utilizan para alertar a sus lectores sobre las últimas noticias, porque los tuits no son solo textos breves; pueden ser puertas de entrada a textos más largos, incluso mucho más largos. Y a algo más: a textos que contienen puertas a otros textos que a su vez abren otros. Como las citas a pie de página y la lista de bibliografía que acompañan a toda obra académica.

Este universo paralelo que sustituye el papel por los impulsos eléctricos binarios tiene de todo, de lo breve a lo extenso, de lo fugaz a lo pausado, de lo frívolo a lo sólido, pero ¿acaso no observaremos lo mismo si examinamos lo que vomita el conjunto de las máquinas de imprimir? Del océano de papel que se entinta cada día, solo una parte minúscula merece ser conservado en bibliotecas y hemerotecas. Lo mismo, o incluso más, ocurre con todo lo que se aboca a la red. Para orientarnos en la sobreabundancia de mensajes necesitamos referentes; alguien que filtre lo realmente interesante. Esa es la función que ejercen las cabeceras de la prensa de calidad en el mundo de lo impreso. Ellas seleccionan y jerarquizan cada día para ofrecer a sus lectores un paquete finito. Aunque con otros códigos, pueden hacer lo mismo en lo digital.

Hasta el momento presente, el derecho a ejercer de prescriptor se gana con el papel. Son sus contenidos los que abanderan y mantienen el pacto de mutua fidelidad entre el periódico y sus lectores; un pacto que se rompe en el momento en que la calidad se abandona o en que se cambia de rumbo sin motivo.

Si tales males se evitan, la cabecera es la locomotora de prestigio de la que se pueden beneficiar las distintas modalidades de lo digital, incluidos los enunciados de 140 caracteres que, bien mirado, permiten frases más largas que la mayoría de titulares, única aproximación que muchos lectores suelen hacer a buena parte de lo impreso. Hay un tiempo para cada cosa y así hay un tiempo para la lectura como placer lento y otro para el frenesí de los destellos informativos; que ambos se cobijen bajo el mismo techo, y que lo fácil conduzca a lo importante, es un reto que los editores tienen ante sí.