En la consulta del centro de salud de mi zona charlo de los recortes con don Ramón, mi médico, al tiempo que teclea en el ordenador las recetas de genéricos y se pelea con la impresora. Casi siempre terminamos enzarzados con el ordenador , vea usted, como si fuera a replicarnos. Somos algo neandertales en estos tiempos modernos en los que uno tiene que realizar cuarenta tareas a la vez sin tener porqué. Creo que a este fenómeno lo llamaba un sociólogo «la macdonalización de la sociedad»: es decir, haga usted la faena de varios pringaos sin salario, como si fuera lo más divertido, y nos ahorra una buena pasta en contratación.

Volviendo a don Ramón, no sabe qué va a pasar dentro de seis meses con la que ha sido nuestra mejor medicina pública del mundo. Presiente que lo peor está por llegar. «Nos irán acogotando, acogotando y se privatizará». «Si me pongo enfermo, no me sustituirá nadie, tendrá que atender a mis pacientes uno que esté fijo aquí, y cuando me jubile no pondrán a otro». «¿Sabe usted inglés, don Ramón?», inquiero desasosegada. «No, ni ganas. Mis hijas, sí. Han emigrado a Inglaterra las dos. Una es enfermera oncóloga y la otra es médica, terminando la especialidad. Allí hay trabajo seguro para cualificados y no cualificados. Así que, cuando disponemos de unas vacaciones, vamos a visitarlas», me explica.

¡Qué tozudez de la derecha!, empecinados en creer que lo público no da beneficios y lo privado sí. Es uno de los dogmas inamovibles del capitalismo más duro. Otro de ellos es que si una empresa privada se hunde, hay que dejar que se colapse, permitiendo que las fuerzas del mercado actúen con toda libertad. Sólo en el caso de que la empresa sea muy grande se permitiría darle ayuda pública. La terquedad de nuestros gobernantes supera a la escucha de economistas, sociólogos y políticos (muchos premios Nobel no capitalistas) que sí sabrían corregir y orientar la catástrofe económica. Pero puede más la ideología neocapitalista con sus dogmas que un país hundido, desolado, desierto y con los valores invertidos.

Sin embargo, leo en The Washington Post que los republicanos se negaban a nacionalizar las empresas más emblemáticas de Estados Unidos: la General Motors y Chrysler, cuando entró en bancarrota en 2008. El Gobierno federal, no obstante, intervino comprando acciones de dichas empresas y dándole así más control en la dirección al Gobierno, a lo público. En contra de todos los pronósticos terroríficos de los republicanos, al día de hoy la General Motors ha tenido unos beneficios de 2.500 millones netos y ha pagado el préstamo público. Cuando quebró debía 4.300. No hubo despidos masivos. Los que se produjeron, fueron pactados con los sindicatos y sólo fue renovada en su totalidad la dirección de las empresas por una estatal. Nadie tuvo que emigrar por terquedad. Hoy, la exitosa General Motors no quiere ser vendida a la empresa privada. De momento, estudian el modelo de funcionamiento de la Cooperativa Mondragón.