Mariano Rajoy, que gusta de presentarse como paradigma del hombre común —caudillo de la brava gente marañona no parece— suele decir que la mejor política social es que todo el mundo tenga trabajo: no es mala idea, pero nos anuncian otro año más de «destrucción de empleo» (expresión inusualmente sincera y directa en el mundo de la economía). ¿Pero no era toda la culpa de Zapatero?

También suele anunciar nuestra derecha, con más insistencia que consecuencia, el fomento de la pequeña y mediana empresa —en eso coincide con la izquierda—, pero luego no les pagan las facturas, los pedidos, el servicio. La mejor forma de favorecer nuestro tejido empresarial es pagando lo que se les debe, para empezar. Luego, ya veremos. Dice don Alfonso Rus —que no digan que no somos corteses— que después de haber reunido y ofrendado —como púberes canéforas— un doce por ciento de los votos al PP, «se nos trata como a Guinea».

La definición es rigurosamente exacta: ya éramos una colonia política de Madrid, pero sarna con gusto no pica. Cierto que actúa el factor distorsionante y feminoide de la histeria anticatalana y su terrorismo de andar por casa, pero la orientación centrípeta era y es básicamente querida. Y subrayada.

Ahora dependemos de la caridad de las arcas centrales para pagar la luz de las farolas, la calefacción de los colegios y el sueldo de la enfermera. Ya somos una colonia económica en su sentido más caribeño: bienvenidos a Haití (o Guinea). Por cierto: ¿han aplicado los recortes salariales a los jueces y a los generales, que también son funcionarios como los bomberos? Y encima anuncia su presencia la señora sequía.

Perdonen la inmodestia, pero servidor ya anunció, varias veces, que ocurriría así. A marea azul, sequía pertinaz: no se pueden desafiar impunemente los equilibrios cósmicos. Y el juicio a Garzón sólo puede tener una salida: construir más pantanos y abrir los telediarios con la noticia de su ­inauguración. Cómo llegamos a este punto será la materia de un próximo y apasionante capítulo.