Dicen que la suma de las deudas públicas —en lugar destacado, la generada por las autonomías— y privadas (bancos, empresas y particulares) casi cuadruplica nuestro PIB anual. Es decir, que para pagar lo que debemos, habríamos de cosernos la boca (por no hablar de otras aperturas) durante cuatro años con un espíritu de renuncia mayor que el de Simón el Estilita. O por ser menos radicales: reservar durante cuarenta años el diez por ciento (más intereses) de nuestros ingresos para atender a los acreedores. Y aunque me quedo sin saber lo que debemos las familias (que poco tenemos que ver con la trapacería contable de los bancos), es evidente que a derrochadores, pocos nos ganan y que, en consecuencia, nos contemplamos en el espejo de otros manirrotos. Y da lo mismo que algunos bancos deban más que países medianos y que Alemania deba más que nosotros: aquí, como en el país de Alicia, no cuentan los significados, sino quién manda.

Como en el mundo del fútbol, donde los endeudamientos crónicos, los fichajes de estrellas y el cambalache de solares —unidos a la morosidad fiscal y al impago de las cuotas a la Seguridad Social— son moneda común y falsa que acabamos pagando los demás —victorias así no se las prometían ni a Pirro— también en política preferimos a los derrochadores y nos entregábamos, fácilmente, a quien prometía más quilómetros de AVE, más trasvases y más mujeres multiorgásmicas o traductoras rumanas. No me refiero a las corruptelas y saqueos (por ahora impunes), que también. Ni sólo al PP. Era ese estilo sobrado y triunfal, ese empeño es ser los más rumbosos y pintureros. Y cada vez que la advertencia contable, la conveniencia ambiental o el simple buen gusto aconsejaban parar y hacer balance, el PSOE, empeñado en ser un apéndice corrector de nuestro Movimiento Nacional, uy, perdón, quería decir de nuestros conservadores, en vez de una alternativa cierta, le daba canguelo no parecer bastante partidario del ladrillo omnímodo y el ruido celebrativo, los trasvases y los grandes expresos europeos. No nos vemos en la mierda por azar.