Anda soliviantado el PSPV. Soliviantado, mohíno y pataleante. Víctima de su liliputiencia política, que no le permite aceptar la sentencia judicial que absuelve por falta de pruebas a Francisco Camps y a Ricardo Costa. El berrinche ha sido morrocotudo en Blanquerías, donde los de Jorge Alarte dicen que no vale, que no y que no, y que se repita el juicio. Parece mentira, tan liberalotes para unas cosas y tan totalitariazos para otras. La ley se les queda corta. La querrían más dura, más supositoria —de suponer—, más de sentido común. Pero no es así, de modo que no hay tutía: por mucho que haya en el suelo de la cocina un envoltorio de chocolate y salga el niño de allí con la boca pringosa, no hay pruebas concluyentes. Haber instalado una cámara.

Las reglas del juego, para bien o para mal, son las que son, y si pudiera condenarse a Camps y a Costa con el material disponible, también debería poderse condenar a la pandilla de majaderos que destrozaron el interior de un edificio de aparcamientos en mi pueblo sólo porque los propietarios les dijeron que la ley no permitía permanecer en el recinto fumando porros y orinando a diestro y siniestro. Sin embargo, lo cierto es que se fueron de rositas porque no había imágenes, porque no había pruebas fehacientes de que habían vaciado los extintores, roto el sistema contra incendios y arrancado los cristales del ascensor.

Sí; la ley permite ciertas impunidades. Quizá porque padece un exceso de cientifismo, cierta obsesión empirista, cierto prurito probatorio, cierto anquilosamiento formal, cierta blandura patológica. Quizá porque haría falta reformarla en profundidad; o reformar el código moral por el que se rigen las multitudes; o instarlas a que se rijan por alguno. Que se lo digan al padre de Marta del Castillo, después de la opereta que ha tenido que presenciar en los tribunales. Pero la realidad —insisto— es otra, y resulta profundamente incoherente que los del PSPV la rechacen para el proceso que han tenido Camps y Costa y no para el que tuvo Ángel Luna, por poner un ejemplo bien llamativo.

Pataleando y amohinándose porque no le gusta una sentencia, la oposición valenciana se hunde un estrato más en el cieno de la inoperatividad, en el marasmo de la desintegración, en el pequeñismo, en el no ser que contribuye decisivamente a cimentar las apabullantes victorias del PP. Menos corajinas y más alternativas. Menos comadreo sobre las trapisondas de la calle Quart y más acción política. Menos buscar palinodias ajenas y más evitar las propias. Vamos camino del graneventismo perpetuo.