Mi bisabuela materna se rindió en el sillón orejudo del comedor y decidió vivir sentada en él hasta su muerte. Tenía setenta años en 1955, un cansancio atroz por dedicación a la familia y una tata fiel para cuidarla. Había contraído nupcias con el bisabuelo de Alcoi, militar de Artillería trabajando en la siderúrgica (el sueldo de los militares, entonces, se quedaba corto) con el que tuvo cuatro varones en aquél chalé cerca del barrio de Salamanca de Madrid. Gozó de una posición acomodada con servicio de cocinera, costurera y una tata, pastora de cabras, que se hizo traer del pueblo, una adolescente dispuesta a bregar en las tareas del hogar y la crianza de los hijos como en los campos. La bisabuela se dedicaba, sin la injerencia de nadie, a su colección de hilos, a tejer ganchillo y bordar manteles.

Cuando estalló la guerra civil se las arregló para que marido y chicos militares se libraran del frente junto a republicanos y los instaló en la embajada de Chile hasta que el bando nacional tomó la ciudad. Despidió al servicio doméstico menos a tata-fiel, que quiso afrontar, junto a mi bisabuela, el desastre bélico cotidiano en el caserón para emprender la tarea de alimentar a la familia. Así pues, doña María, otrora muy mimada, comenzó a vender millares de hilos y labores mientras la tata plantaba árboles frutales en el patio de atrás y construía un corral para criar gallinas, conejos y venderlos en el recibidor junto a docenas de huevos. A mediodía, entre plegarias y oraciones católicas, la bisa partía hacia la embajada para dar comida, consuelo y cena a sus hombres. Estas damas fueron lo que ahora aconsejan nuestros gobernantes políticos que seamos: una ONG familiar sin asistencia social, emocional y económica.

Aquel tiempo terminó. Las mujeres vuelven a ese tiempo. Son las primeras que han de apechugar en tiempos que vaticinan apocalípticos. Cuando un familiar cercano las pasa canutas, sea por enfermedad, por desempleo, por patán o por cualquier carencia, ella asume el cuidado. Las pocas alegrías y avances que se ganaron en cuanto a políticas de igualdad con el PSOE en el poder, se han ido al garete por imposición. Y por imposición, a nadie le gusta hacer nada. Llevamos un buen número de mujeres asesinadas por sus parejas, una ley del aborto recortada, casas de acogida cerradas, el maltrato ha aumentado, las profesionales jurídicas y psicólogas van siendo despedidas. La ley de dependencia, «si te he visto, no me acuerdo». Y sin poder contratar a tatas-fieles. La regresión es de aúpa. Pero no pasa nada. El bienestar de las mujeres suele reflejarse en la familia y allegados más que la amargura y la rabia. Enfin, una verdadera chapuza. Ahora que muchos hombres se estaban implicando en lo doméstico... ¡Ay!, justifican todo por la crisis económica.