En plena cultura de la degradación democrática –la supremacía de la economía sobre los espacios soberanos–, la izquierda no puede contribuir a envilecerla más. Su esfuerzo pasa por recuperar la política, no por contribuir a su dimisión. Y la política son ideas, argumentos, mensajes, razonamientos y principios. Frente a esa constelación emancipadora está el oportunismo populista, no importa el color de donde provenga. Lo condenable es que la izquierda use procedimientos de la derecha y que devalúe la palabra con estereotipos que tratan a los ciudadanos como idiotas. ¿No son los procedimientos de la diputada Mónica Oltra uno de los manifiestos de esa regresión? Es accesorio lo que sucedió ayer en las Corts. La cuestión central, que se repite con una reiteración volcánica, es la instrumentalización de la política bajo la versión de una caricatura adolescente. La supremacía de las frases cosméticas y de la iconografía hueca en busca de la feligresía, los logos publicitarios como agentes de la vacuidad, la retahíla de eslóganes frente a la disputa de ideas, el conflicto de políticas, los proyectos y los modos de entender la CV. Oltra –o Cotino con su crucifijo, da igual– logran fijar la atención en un ángulo ajeno al debate de las ideas.

La izquierda no puede dilapidar su capital vendiéndose a cualquier frase publicitaria o cualquier camiseta con una leyenda denunciadora o pintoresca, por mucha razón que encierre el mensaje variopinto. Ése es el terreno de la demagogia, explotado por la derecha hasta la extenuación, bajo la maquinaria de una propaganda que ha instaurado la mixtificación organizada como elemento natural. El material de la izquierda son las ideas. La cultura de los insultos, de las sospechas, de las insinuaciones, de las medias verdades, de los recelos apuntados, de las conjeturas maliciosas, de las descalificaciones –individuales o colectivas– irrespetuosas, del menosprecio y la altivez, del culto a la personalidad, todo ese legado turbio, forma parte de otro mundo. La izquierda ha de procurar que la política no se transforme en un mero maquillaje publicitario o en un mercadeo pueril formado en un laboratorio de estereotipos. Da la impresión de que Oltra no es consciente de esas amenazas.