El presidente de Bankia, Rodrigo Rato, anunció ayer su decisión de dejar el cargo y propuso al veterano banquero José Ignacio Goirigolzarri para sustituirle en el cargo, Luis de Guindos mediante. La salida del exvicepresidente del Gobierno supone un punto de inflexión en la marcha de la entidad financiera en la que se integró Bancaja, después de casi dos años de una gestión que no ha conseguido estabilizar el banco. Y en la que no ha desempeñado un papel menor su insistencia en achacar todos los males a Bancaja y Banco de Valencia, olvidando los problemas que arrastraba Caja Madrid, en muchos casos, más graves que los de las valencianas Bancaja y CAM. O su permanente negativa a aceptar sistemas de gestión implantados en éstas y más ágiles que los de la caja madrileña.

Cabe preguntar en este punto a los responsables del Banco de España y del Gobierno —el anterior y el actual— si era necesario dejar a la gran «esperanza blanca» del PP en materia económica hacer y deshacer a su antojo —se desentendió del Banco de Valencia— y descartar las soluciones que se le planteaban durante todos estos meses mientras la situación financiera de la entidad se degradaba a ojos vista. Su salida, pocas horas después de que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, anunciara públicamente poco menos que una eventual intervención de Bankia, debe traducirse ahora en una gestión mucho más profesional que encauce su marcha y salvaguarde los intereses de los millones de impositores y clientes —gran parte de ellos, de la Comunitat Valenciana— que confiaron sus ahorros y negocios a la entidad.