Como ya se habrán leído alguna necrológica de Josep Lluís Bausset, el amado profesor, el químico, boticario y botánico, el cronista y opinante, el cristiano y el patriota de labores (otros entonan una oda y tarifan: con un poco menos de amor a la patria, también nos arreglaríamos), estoy seguro de que el fallecido, tan enemistado con los resortes de la autopromoción, me perdonará por tomar su óbito como ocasión generalizadora: el problema no es que haya muerto este hombre cabal, sino preguntarnos si producimos recambios, hombres o mujeres, a suficiente velocidad o si la obsolescencia programada, es decir, el tente mientras cobro, el chasco bien maquillado, llegó al mundo intelectual.

Boticarios, maestros y médicos (más algún cura o abogado) solían constituir la minoría ilustrada de nuestros pueblos, a veces no alcanzaba ni a minoría, se apañaban con la unidad: para no intoxicarse. Pero entre esos seres en penumbra, hubo y aún hay personalidades arrolladoras, inteligencias germinativas. Hasta que no me detuve a pensarlo, no supe que en los relatos de mi maestro (republicano) de Sueca don Wenceslao Requení, que narraba con el mismo talento las aventuras de Simbad que las andanzas de Nelo Bacora Mustieles (de malnom Safanòria), está la raíz de todos mis empeños literarios. Un boticario de Massamagrell como Miquel Gil Corell echó los cimientos de la ecología en estas tierras y me acaban de pedir unas líneas para evocar la figura del carletino Ramón Trullenque Esteve, que fue también farmacéutico pero que se desparramó en los saberes botánicos y geológicos.

Personajes ilustrados, maestros exigentes pero disciplinados, militantes del partido de la ciudadanía. Y eso en el país con la más estúpida y feroz tradición antiintelectual de toda Europa, capaz de considerar el libro un imán del polvo o una forma de combustible. Cierto que el saber —irónico, sonriente, precario y movedizo— no puede florecer sino arraigado en la propia ignorancia pero, ya es desgracia: aún no teníamos bastantes escuelas y ya hay gente dispuesta a hallarlas excesivas y demasiado provistas.

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