González Pons soltó que la tele murciana iba a cerrarse ya –con la precisión de que el propio Ramón Luis Valcárcel lo había anunciado en la reunión de los barones en la sede de Génova– y tuvo que salir después ante la que se formó a aclarar que, en realidad, carece de conocimiento sobre la cuestión. La culpa es de Rajoy. Si teniendo tarea, Esteban había veces, durante las intervenciones, que Bertín a su lado parecía de un reflexivo que te mueres, qué esperaban que sucediera encomendándole el apartado de estudios y de programas después de lo que el partido ha hecho con el último. Demasiado ha tardado en cantar el hombre. También se podría aludir, por supuesto, a que lo de Pons es fruto de la herencia recibida. Y así es. Pero más herencia representa de largo Trillo y, al tener a qué agarrarse, ahí lo ven en un puesto de postín a estas alturas que para sí lo hubiera querido Gallardón a fin de no tener que echar mano de esas historias con tal de acaparar protagonismo. Y con mando en plaza, a Trillo mejor no perderlo de vista. Como la embajada olímpica continúe por el sendero que lleva, es capaz de llamar a Ever Banega para que conduzca al mandamás del COE en su viaje de regreso.

El que podría hablar hasta en sueños sobre la herencia recibida es Alberto Fabra. Al tiempo que todos los territorios captan el mandato de Hacienda de seguir haciéndose el harakiri, el sucesor del Dúo Sacapuntas, que puso a la Comunitat Valenciana en órbita, vive sin vivir en él. Descarta más recortes mientras los eres acechan a toda empresa pública que se precie y el secretario general del partido rechaza que el autogobierno se encuentre de capa caída porque «a valencianos no nos va a ganar nadie», como si el resto lo tuviera entre sus objetivos.

Ojo con que, tras lo ocurrido, Rajoy no envíe a Trillo a Valencia en comisión de servicios para que el sucesor de Camps incorpore a su Gobierno a Pons. Seguro que, de la alegría que le da, se queda sin palabras.