La democracia y el estado de bienestar han logrado con los ciudadanos lo que ni siquiera la dictadura más férrea consiguió en su día. Hoy todo el mundo trata de ser políticamente correcto y la autocensura que esta actitud supone acaba convirtiéndonos en ocasiones en simples borregos incapaces de decir a las claras lo que pensamos. No es sólo que existan líneas rojas que no deban cruzarse por respeto a los demás. Eso, el respeto a cualquier persona, es imprescindible para que una sociedad no se desintegre; lo que ocurre es que se han creado unos estereotipos y parece como que la autocrítica fuera una forma de dar argumentos al contrario o que no se deba decir lo que se piensa de los correligionarios. Para mí fue absolutamente decepcionante ver como el Sr. Méndez de UGT salía en defensa de sus delegados en las cajas de ahorro con una mandanga del tipo de que un salario no es lo mismo que unas dietas (al menos añadía por escandalosas que puedan parecer) y también me defraudó que Tomás Gómez fuera capaz de calificar al exgobernador del Banco de España como «señor de derechas», pero que no le llegara la sinceridad al punto de calificar a los delegados que él propuso para el Consejo de Caja Madrid. Por eso, desde aquí, animo a los lectores a no morderse la lengua y decir, eso sí con respeto, lo que opinan de sus gestores, representantes y consejeros sin preocuparse en lo absoluto de las interpretaciones torticeras que sus adversarios puedan hacer, porque si somos capaces de recuperar la sinceridad, tomados de uno en uno, lograremos crear una sociedad más transparente y menos hipócrita, porque ¿de verdad se creen ustedes que en ningún claustro de ninguna universidad que ha votado a favor de la congelación de las tasas académicas había al menos una persona que pensara que congelación sí, y hasta reducción, pero sólo para la primera matrícula? Pues mal interpretaríamos la igualdad de oportunidades si no exigiésemos a nuestros estudiantes inteligencia y esfuerzo para superar las materias; por lo que a mí me parece que quien no sea capaz de aportar las cualidades anteriores pues, al menos que contribuya con su esfuerzo económico a pagar la universidad de todos.

Seamos políticamente incorrectos. No dejemos de reconocer los aciertos de los adversarios ni de denunciar los errores de nuestros correligionarios y no callemos nunca ante el poder ni la prepotencia esperando que nos caiga alguna canonjía. Al contrario, confiemos en que la verdad y la sinceridad acabarán haciéndose camino y siendo valoradas. Eso sí, ya saben que el riesgo de decir lo que se piensa es que, a lo mejor, no nos gusta lo que los demás piensan de nosotros y tenemos que acabar oyendo lo que no queríamos, pero ¿no creen que vale la pena conocer la verdad aunque sea molesta?