Como Estado, hoy el Reino de España (su nombre oficial) tiene la credibilidad en caída libre. Por debajo del Estado queda el país, formado por la ciudadanía, una categoría que denota la adscripción a unos valores que la gente acepta como entendidos, y rigen, en el hoy, la convivencia. Más abajo está la nación, un tejido de muy ardua manufactura, hecho a mano y lleno de nudos, puntadas de hilo grueso y dibujos un tanto arcaicos. Su agente inorgánico, pero organizado con la lógica de las calles antes de que hubiera urbanismo, es el pueblo. En España lo que no es pueblo es petulancia, escribió un profeta. La nación española, o la nación de naciones si se quiere, es sabia, vieja y resistente. Cuando el Estado se agrieta, y el país €hecho a la medida de las clases medias€ se difumina, queda siempre la nación, el pueblo. Pero la nación no conoce modos intermedios: o es paciente o es bronca.