Llego al trópico, llego a Colombia. Bogotá me recibe enfadada, lluvia y fresco, sensación acrecentada al proceder del soleado y seco verano mediterráneo. Tres días en la megalópolis andina y más de lo mismo. Latitud y relieve resumen el clima de Bogotá. La latitud, próxima al Ecuador, explica la regularidad térmica con estaciones poco contrastadas; la altura, en una valle rodeados por montañas, la suavidad de las temperaturas. El Observatorio del Jardín Botánico, a 2,552 metros de altura, presenta una media de 14´4 ºC y una amplitud anual inferior a un grado, con 954 mm de precipitación. El mes más seco no baja de 45 mm. Con ese recibimiento, reflejo perfecto de su clima, Bogotá se me asemneja una ciudad con un otoño eterno, parafraseando el dicho que define a Medellín, la segunda ciudad de Colombia, conocida por su eterna primavera. Una primavera igualmente lluviosa, 1,685 mm en su aeropuerto, el Olaya Herrera. Pero su altitud es menor, 1,490 metros, lo que nos permite pasar del fresco otoño de 14´4 ºC a una primavera de 21´5, constante con el mes más fresco en 21´3 y el más caluroso en 22´7. Si seguimos descendiendo, llegamos a la Tierra Cálida, al eterno verano. La histórica Cartagena de Indias, a orillas del Caribe, une clima estival y un rico legado arquitectónico. La media anual asciende con el descenso topográfico, 27´3 ºC y mantiene la regularidad propia tropical, con una amplitud térmica de poco más de un grado, entre los 27 de marzo y los 28´4 de junio.. El ascenso al piso de la Tierra Helada nos completa el ciclo geográfico. El Observatorio de Las Brisas, a 4,150 metros, apenas alcanza los 4´5 grados de media anual y mantiene la regularidad de sus antecesoras topográficas, con menos de un grado de amplitud. Cada piso, una estación. Colombia une a la riqueza de su cultura y sus gentes, una gran riqueza geográfica, tanto paisajística como climática.