Ahora que la crisis, la prima del señor Riesgo y el derrumbe de las bolsas amenazan de severa ruina a España, no queda sino acogerse al consolador criterio de Albert Einstein sobre el asunto. Más optimista aún que cierto expresidente de Gobierno, el sabio judío sostenía que la crisis es en realidad «una bendición» para las personas y los países en la medida que despabila a la gente, hace aflorar lo mejor de cada uno y, en definitiva, «trae progresos».

Algunas de esas inesperadas ventajas hemos comenzado a experimentarlas ya, aunque no seamos conscientes de ello. Por ejemplo, generamos menos desperdicios . La explicación es fácil: hay menos dinero para gastar, compramos lo justo y en consecuencia dejamos menos basura que antes en el cubo. Ya que no otra cosa, la crisis nos ha convertido en virtuosos ecologistas.

Tampoco es improbable que la penuria reduzca los índices de delincuencia, contra lo que generalmente se teme en estos trances de agobio económico. El hecho de que no haya un duro en los bancos, por ejemplo, disuadirá a los atracadores de su tradicional tendencia a asaltarlos; lo que por lógica ha de redundar en una notable disminución de este tipo de delitos. Otro tanto puede decirse de las arcas públicas, vacías tras el acoso al que las sometieron todo tipo de salteadores de la política durante los últimos años de bonanza. Ya no queda nada que atracar, detalle que sin duda fomentará la honradez de los gobernantes.

Pero la crisis nos hará también más gordos y lustrosos. Una de las paradójicas secuelas de la ruina va a ser, en efecto, el aumento de la obesidad de los españoles. Tal es, al menos, el cálculo de los expertos en nutrición que días atrás pronosticaron una epidemia de michelines en España a causa de los cambios en nuestras costumbres alimenticias. La paradoja reside en que compramos productos más baratos y con mayor contenido en grasas que, inevitablemente, tienden a fijarse en el abdomen de quienes las consumen.

Y ya se sabe que donde hay gordura, hay hermosura. A esta y las otras ventajas antes mentadas que nos viene deparando la crisis, hay que añadir todavía los beneficios del menor tráfico de coches, que a buen seguro ayudará a reducir la contaminación y a mejorar la calidad del aire. Cierto es que del aire no se vive, pero tampoco hay por qué ver solo el lado malo de la recesión.

Todo es según se mire, como bien hizo notar el animoso urdidor de la Teoría de la Relatividad. Donde otros solo vemos crisis, Einstein atisbaba oportunidades para la inventiva y la creatividad que «nace de la angustia como el día surge de la noche oscura». Malo será que un país tan famosamente imaginativo como este no sepa hacer de la necesidad, virtud, para sacar algún beneficio del desastre.