La modificación artificial del clima es un tema que ha generado mucha controversia en la comunidad científica. Actualmente se considera que tiene unas repercusiones negativas en el equilibrio del sistema climático toda intervención humana destinada a cambiar el clima. Especialmente si tenemos en cuenta la precipitación. Durante muchos años del siglo XX se consideraba beneficiosa cualquier estrategia con tal de incrementar la precipitación en áreas secas o que sufran una sequía. Pero a menudo los resultados no eran satisfactorios o no se podían comprobar. Así, se bombardeaban las nubes con yoduro de plata para favorecer la precipitación. En el contexto actual de calentamiento climático han surgido dudas que han nutrido nuevas iniciativas para modificar el clima en el futuro. Así, con el objetivo de evitar los efectos indeseables de las elevadas temperaturas, se han realizado distintas actuaciones y proyectos para disminuir los valores térmicos superficiales. De este modo, se ha comprobado que un incremento del albedo de la atmósfera provocaría un enfriamiento de la superficie. Esta variación del albedo se produciría si realizáramos acciones como inyectar grandes cantidades de aerosoles y gases a la atmósfera que reflejaran más radiación solar a la atmósfera que el calor absorbido por la superficie y que fuera reemitida por esta capa antropogénica. Es el caso de partículas similares a las emitidas por volcanes, con gases sulfurosos (H2S, anhídrido sulfúrico), si fuésemos capaces de crear una capa permanente en la parte superior de la troposfera reduciríamos las temperaturas. No obstante, el coste de estas iniciativas y, sobre todo, sus efectos colaterales en el clima pueden provocar efectos en el clima que no son deseables. Por tanto, las mejores estrategias para modificar el clima de la Tierra son disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero y, sobre todo, tener en cuenta en todo momento la huella ecológica que realiza cada ciudadano para disminuir el impacto antropogénico en la atmósfera.