No es posible saber si tiene base real la acusación de «violación menor y acoso sexual» contra Julian Assange, aunque sí se sabe que antes de esas acusaciones Assange era un enemigo público número 1 para el núcleo del Imperio, por haber difundido secretos inconfesables de la alta cocina de éste. Se trata de un conflicto diabólico: tomando partido a favor de Assange se corre el peligro de encubrir a un posible violador, impidiendo su juicio y quebrando el derecho de las víctimas; si se toma en contra, se corre el peligro de facilitar una venganza terrible del Imperio frente a quien sería un héroe de la libertad de información y de la denuncia de los abusos de la «razón de Estado». Pero, con todos los riesgos de lo segundo, sería insoportable para nuestra cultura cívica y moral que las supuestas víctimas de un crimen sexual vieran frustrado su derecho a que el supuesto violador fuera juzgado.