La desgracia de España es que no existen verdaderos liberales, o su censo no supera al del lince ibérico. La independencia de criterio, y de postura efectiva, se predica mucho, pero apenas aflora. En un partido el menor apunte de independencia resulta heroico, pues lleva al exterminio. En los organismos reguladores de cualquier clase el independiente sabe que nunca será renovado. No hay independientes en el Tribunal Constitucional, ni en el Consejo del Poder Judicial. Hablar de independientes en los consejos de las sociedades es una broma tonta. El valor de defender una postura propia, o un juicio de veras libre €o sea, libre hasta de las propias pasiones o querencias€, carece de prestigio social: el liberal es siempre sospechoso. Pero un país sin auténticos liberales es como un vehículo sin amortiguadores, y cuando llegan las curvas peligrosas está condenado a salirse de la calzada..