Las acciones simbólicas del SAT han devenido en el denominado «fenómeno Gordillo». Dicha situación ha servido de excusa a la derecha para justificar su inacción ante las situaciones de necesidad extrema que se están viviendo en el País Valenciano, porque aquí también se pasa hambre. Contamos con el 26,3 por ciento de la población en riesgo de pobreza o exclusión social, un punto por encima de la media del Estado. Según los últimos datos oficiales, existen ya 105.700 familias valencianas que no reciben ningún tipo de ingreso. Y mientras el aumento de la pobreza sigue sin control, el Consell se limita a recortar derechos, agudizar la situación de retrasos e impagos y aumentar la bolsa de desprotección social con el desmantelamiento de los servicios sociales. Un ejemplo es cómo el principal y único instrumento de la Generalitat para atender las necesidades de las personas sin recursos, la ley de Renta Garantizada de Ciudadanía, no funciona y eso no lo dice sólo Esquerra Unida, lo confirma el Síndic de Greuges. Es cierto que no se podrá erradicar la pobreza sin liquidar el actual modelo de desarrollo y sin emprender un camino que ponga la economía una ciencia al servicio de las personas. Pero la realidad es que en el «mientras tanto» de la lucha por la transformación social, miles de personas viven la falta de acceso a derechos tan fundamentales como la alimentación o la vivienda. Por ello, es necesaria la realización por parte de las Administraciones Públicas de un Plan Coordinado contra la pobreza y la exclusión social. Nuestra propuesta se basa en la puesta en marcha de una Red Pública de Atención Social que, en colaboración con organizaciones de ayuda solidaria y asociaciones ciudadanas, promuevan una verdadera efectividad de los bancos de alimentos existentes, articulándolos territorialmente, promoviendo su creación donde no existan, siendo gestionados de forma participativa acuerdos con empresas distribuidoras y comerciales que evite que ningún alimento en buenas condiciones sea desechado.

Esta iniciativa, cuando llegue a su debate en el parlamento, no puede sufrir la liturgia circense acostumbrada en Les Corts, en la que nuestra proposición siempre viene acompañada de la salida masiva de los diputados de la derecha que acompañan ceremoniosamente al presidente Fabra a abandonar el hemiciclo -porque éste nunca está presente en la totalidad del Pleno de Les Corts sino que únicamente asiste a la pregunta de control al presidente que se convierte normalmente en un monólogo que contesta «manzanas traigo» a las preguntas de la oposición. Por ello, su presentación a debate debe ir acompañada de una necesaria participación y presión social que obligue a la derecha a reflexionar y tomar en cuenta €sin que sirva de precedente, que no se preocupen sus señorías€ esta humilde propuesta dirigida a paliar la situación de miseria de los más humildes. Y es humilde porque no es la panacea, pero es un comienzo.