Hace 25 años se pensaba que el único modo de luchar contra el paro era reducir la edad de jubilación, para repartir el trabajo disponible. Alguien que se jubilara a los 60 dejaría libre un empleo, que ocuparía un joven. Esta doctrina era asumida por casi todos, al menos como tendencia. Hoy todo el mundo se apunta, con más o menos ganas, al aumento de la edad de jubilación, para frenar el coste de las clases pasivas. Un exministro socialdemócrata alemán propone que la jubilación se retrase hasta «más allá» de los 70 años y de forma voluntaria hasta los 80 como mínimo. Como la esperanza media de vida ronda esa edad, la mitad de la población se jubilaría antes de la vida que del trabajo. Si se sube un poco más, no quedaría ya casi nadie, y no habría gasto en pensiones. El ahorro podría aplicarse a prótesis, sillas de ruedas, bastones y vigorizantes para los trabajadores ancianos.