Hasta ahora un euroescéptico era alguien que no creía en Europa. Menudeaban entre la derecha nacionalista, pero los había de diversos pelajes, y, salvo en Reino Unido, eran una minoría no significativa. Al otro lado estaban los europeístas creyentes, que aspiraban a que las naciones de Europa se diluyeran en una Federación, o incluso se disolvieran sin más en una Europa de las Regiones. Por el medio estaban los europeístas de poca fé, partidarios de ir dando pasitos, pero a los que la renuncia a la soberanía nacional ponía los pelos de punta. Estos son los que ahora mandan en Europa. Cetáceos que no son ni carne ni pescado y aunque se sumergen necesitan subir a respirar el aire nacional. Gracias a ellos Europa, una entelequia sin poder y sin gobierno, irá cayendo poco a poco al fondo, mientras creyentes y no creyentes acabaremos todos euroescépticos, euroagnósticos o euroanémicos.