Según parece, los últimos acuerdos del gobierno en materia de arrendamiento inmobiliario favorecen a la propiedad y aprietan al inquilino. Reducir la porórroga del contrato de alquiler y poder iniciar expediente de desahucio desde el décimo día de impago de una mensualidad, serán derechos justos en casos de abuso manifiesto, pero injustos en supuestos de necesidad probada. No está claro que incrementar el número de homeless españoles sirva para vender o alquilar las 700.000 viviendas nuevas que no encuentran salida ni los tres millones de pisos vacíos que hay en el país. Tal vez alivien la estadística de okupas legales y la anomalìa de las rentas prehistóricas, pero el corpus delicti de la loca burbuja seguirá tal cual.

Da la impresiòn de que la ministra Pastor pone el principio por encima de la eficacia. Es la vieja idea liberal de que para ser h0mo politicus hay que ser homo proprietarius, que estaría muy bien con iguales condiciones de acceso la propiedad. Pero la praxis de esa idea hace que el derecho de propiedad «deje de ser simplemente un derecho real y se convierta en paradigma de todos los derechos fundamentales», como afirman Hardt y Negri en Commonwealth (literalmente, «riqueza comun»), último título de su famosa trilogía, cuya lectyura recomiendo a pesar de que el Wall Street Journal lo califique de «libro malvado» (o precisamsnte por eso). Para refutar el paradigma no hace falta Marx, basta la nociòn de «constitucionalismo social» o, si se prefiere, el pensamiento de Kant, que incluyó en el concepto de propiedad «toda habilidad, oficio, arte o ciencia». A saber qué pensaría hoy...

Nuestro gobierno está rescantando verdaderas antiguallas del derecho, todas de signo liberal-conservador, y olvida que las leyes están hechas para los hombres, no los hombres para las leyes. No parece interesado en sintonizar con la hora del mundo y adaptarse proyectiva, no regresivamente. Por desgracia, no es el único en esa actitud. Entre otros «retros» perversos aparece ahora el del homo sacer (hombre sagrado, sacerdote de religiones o ideologías). El castigo de sus crímenes escapa al poder de otros hombres porque se han pasado al bando de la divinidad y son insacrificables. Al monstruo noruego Breivik, que asesinó a casi 80 compatriotas en su cruzada contra la multiculturalidad, le cae una pena insignificante €cualquiera lo sería por debajo de la cadena perpetua€ y, desdeñando la causa de enajenación mental, sonríe ante 21 años de cárcel que pueden ser 10 efectivos, a despecho de las víctimas consumadas y las que pueden serlo cuando vuelva a la calle.

El etarra Uribetxebarria reivindica el tratamiento extrapenitenciario por razones de humanidad (que ya le amparan en la cárcel) a despecho de los antecedentes que le han autoexpulsan (sin arrepentimiento) del mundo de los humanos. Le benignidad del primer caso y las vacilaciones en el segundo evocan oscuramente la arcaica superstición ante los homo sacer que solo los dioses pueden castigar. Lo peor es que masacran principios «demasiado humanos», como los de seguridad e igualdad ante la justicia. ¿Son esos principios los mismos que legalizan el desahucio de una familia a los diez días de retraso de una enta de alquiler? La señora Merkel lo tiene más claro: acaba de declarar la guerra a 13 organizaciones neonazis violentas. Que no le hablen de hombres sagrados. Para diosa, ella.