Un comisario con todos sus galones puestos acudió el otro día a la tele para comentar detalles y aventurar opiniones sobre el caso de los dos niños desaparecidos en Córdoba que tanto excita el apetito publicitario de las cadenas. El programa era uno de los muchos que se dedican a hurgar en las vísceras de la gente famosa y/o a destripar sucesos más o menos truculentos, con la habitual corte de contertulios chillones que compiten por quitarse la palabra a voces.

En esa amena compañía actuó como invitado especial Serafín Castro, el jefe de la unidad policial que ha dirigido, con el éxito que se conoce, las pesquisas sobre el paradero de los dos pequeños. El sumario sigue aún abierto, detalle menor que no impidió al comisario arriesgar la hipótesis de que el sospechoso pudiera haber actuado por «venganza» contra su exmujer. Ya metido en pormenores, trazó un retrato psicológico del imputado que, a su juicio, no está loco «ni muchísimo menos», sino que «miente a conciencia y quiere convencerse de su propia mentira».

Los más quisquillosos pensarán tal vez que todo esto suena a juicio previo y paralelo al oficial, pero tampoco hay por qué andarse con tantos melindres. Simplemente, este policía es un funcionario campechano que atiende a los deseos de información del público en un loable ejercicio de transparencia. Castro ya había dado anteriores muestras de ese carácter desenfadado cuando definió al presunto autor del robo del Códice Calixtino como un sujeto de «carácter cerrado, oscuro, gallego».

Lo novedoso en esta ocasión es el medio elegido. No es lo mismo, desde luego, una aséptica conferencia de prensa que un programa de los que acaso injustamente suelen incluirse dentro del formato de la llamada telebasura. Seducidos por la copiosa audiencia, varios ministros del anterior Gobierno, como el de Fomento o la de Asuntos Exteriores tampoco dudaron en acudir a ellos, al igual que Artur Mas y su antecesor, José Montilla. Con tan notables precedentes, no parecería lógico que se le reprochase su actitud a un simple comisario, por más que dirija una unidad dedicada a combatir la «delincuencia especializada y violenta». Puede que esas graves investigaciones exijan un cierto grado de discreción, pero ya se sabe que en la España de Belén Esteban no hay espacio para sutilezas propias de Scotland Yard. Si los americanos popularizaron la figura del telepredicador, aquí estamos a punto de inventar la del telepolicía que comenta sus investigaciones a sumario abierto ante las cámaras. Y, por si fuera poco, con un 22 por ciento de audiencia. Más no se puede pedir.