El asesinato en Bengasi del embajador Stevens podría acabar siendo una terrible metáfora de la suerte de la llamada primavera árabe, que Stevens tanto había apoyado. Cualquier movimiento de liberación que reciba su fuerza de una religión dogmática antes o después se convertirá en su contrario. Todas las religiones tienen su peligro y, de un modo u otro, cargan las armas, pero las hay más y menos llevaderas. La prueba del algodón es la capacidad de su espacio cultural o modelado geológico para soportar la corrosión del humor. La cultura judía, por ejemplo, tiene una sana propensión a reírse de sí misma. La cristiana algo menos, pero se regocijó con el descacharrante filme «La vida de Brian». La cultura islámica no acepta bromas sobre religión, y así no hay quien pueda pensar en una buena convivencia en la misma charca. Ese entorno cultural adusto facilita que los más fanáticos maten.