En vísperas de que el ciudadano Adelson hiciese pública su preferencia por Madrid para instalar la versión europea de su emporio de explotación de la ludopatía sucedieron „en clave política„ dos cosas. La primera, que la presidenta de la comunidad autónoma digamos que afortunada, Esperanza Aguirre, dijo a la prensa que ella desconocía cuál iba a ser la elección final de Adelson pero tenía el pálpito de que se decantaría por Madrid, añadiendo que a ella nunca le fallaban las corazonadas. El segundo episodio llegó desde Cataluña, al anunciarse un par de días antes la noticia de que iba a montarse allí Barcelona World, réplica obvia de Eurovegas y ejemplo donde los haya de hasta dónde puede llegar la rabieta producida por la decepción. Pero lo interesante es que nuestros políticos de mayor altura han dado una vez más muestras de que no sólo creen que los españoles somos adictos al juego, cosa probable, sino que añadimos la condición de gilipollas. Y eso resulta un poco excesivo.

Tener un plan B consistente en montar parques temáticos nuevos alrededor de Port Aventura no es algo que se improvise en un par de semanas. Menos aún si implica una inversión de 4.500 millones de euros en la que están dispuestas a participar la Generalitat, la Caixa y la empresa Veremonte. Por mucho que se dejen pendientes los flecos de la operación, poner de acuerdo sólo la agenda del presidente de la Generalitat, dos consellers, dos alcaldes, el presidente de la Caixa y el de Veremonte para poder reunirse y firmar el documento de intenciones es tarea que exige a los respectivos gabinetes mucho tiempo, esfuerzos ingentes y ansiolíticos a granel. Así que resulta obvio que la cosa no iba ni de corazonadas ni de decisiones del último momento. ¿A santo de qué nos quieren tomar el pelo quienes dicen, muertos de risa, que no saben nada?

El asunto político de mayor enjundia viene a partir de ahora. ¿Qué han otorgado el Gobierno español y el de Madrid para convencer a Adelson, conocido adalid del capitalismo más feroz que existe? Lo que sugiere la prensa asusta: exención total de impuestos, cesión del suelo público, dos años de impago a la Seguridad Social, cambios en la legislación laboral, anulación de las trabas al blanqueo de capitales y mano libre para poder fumar donde venga en gana. Una parte de esas exigencias está ya satisfecha aunque se nos haya disfrazado de responsabilidad destinada a contentar a la señora Merkel. ¿Sucederá igual con las demás? Y si esa rendición incondicional se lleva a cabo, como parece, ¿se aplicará también a Barcelona World?

Hemos recibido las imposiciones políticas de los últimos dos años temiendo que nos llevasen a la ley de la selva del siglo XIX. Esa amenaza ha desaparecido. A lo que nos encaminamos ahora es a la esclavitud del Imperio Romano. Al Circo Máximo.