El día después, o la Diada después, el balance de la manifestación bajo el sello «Cataluña, un nuevo Estado de Europa» obliga a fijar la atención en que Barcelona ha albergado un acontecimiento masivo en cuya pancarta central se aspira a integrarse en la Unión Europea. Una cita proeuropea semejante resultaría inimaginable en el resto del continente, donde una convocatoria de tal magnitud tendría por objeto denigrar a las instituciones de Bruselas y lamentar los sacrificios que conlleva la vecindad en pie de igualdad con países más pobres. Sin olvidar que en el conglomerado también milita la España boquiabierta, ante las dimensiones que ha adquirido la divergencia con su porción nororiental.

La cláusula más desconcertante del 11S es que no ha arriado el pragmatismo catalán. El discutible paraguas europeo descarta cualquier iniciativa de orfandad revolucionaria. No se propugnaban ideas altermundialistas. Desde la misma cabecera de la manifestación, se apunta al clasicismo de Europa. Y dado que el concepto de origen griego se encarna en Alemania, los catalanes proeuropeos se han apresurado en señalar a Volkswagen, Siemens o Bayer como cabezas de puente del imperio germano en Cataluña. No se aspira a un cambio en los mecanismos de poder, sino a un alejamiento de su foco emisor. En suma, a la adaptación catalana de un clásico castellano, «Vente a Alemania, Pep».

Berlín no tiene nada que temer pero, si se interesara por las repercusiones de la Diada, tampoco dispondría de un interlocutor definido. Las grandes movilizaciones contemporáneas se articulan mediante procedimientos espontáneos, así sea la manifestación de Barcelona o el 15M. En el siempre deplorable argumento de edad, quienes acudimos en 1977 a la histórica Diada, y hoy Diada prehistórica, escuchábamos la banda sonora de Lluís Llach. Tres décadas y media después, los manifestantes coreaban el himno L´estaca, y el cantautor era la figura más perseguida para ofrecer su versión sobre un acto cuya repercusión sorprendió a los propios convocantes.

Un enigma capital de la España de la crisis obliga a reflexionar sobre la figura obviamente patriarcal que puede asomarse a los televisores a las nueve de la noche, para ofrecer un mensaje tranquilizador o solidario. Los percances de los jefes del Estado y del poder judicial desaconsejaban su desempeño de este cometido, y la erosión del Gobierno también lo descalificaba. Con todo, Rajoy fue empujado al horario de prime time en vísperas de la manifestación de Barcelona. Uno de sus objetivos debía ser por fuerza la desactivación de la protesta, pero las cifras demuestran que espoleó la insatisfacción de los congregados.

Aunque la Diada europeísta se celebró en Cataluña y a favor de la independencia de Cataluña, no dejaba indemnes a los partidos políticos catalanes. Se concentró demasiada gente para que un sector social se considerara ajeno a la interpelación. De ahí la agilidad mostrada por CiU y por los miembros del Govern, al sumarse a la manifestación antes de ser atropellados por ella. Al día siguiente, Artur Mas hablaba de «estructuras de Estado» en un tono que costó repudio universal a Ibarretxe, y Esquerra Republicana buscaba un referéndum ante la intimación de que los descontentos con el Gobierno estaban dispuestos a transmitir la desafección „término premonitorio de José Montilla„ al conjunto del Estado.

En la visión económica dominante, la Diada reivindicativa facilita la obtención del dinero que Rajoy regateaba a Cataluña. Donde lo cuantitativo se hace cualitativo, quedan desarbolados quienes argumentan que «fueron más los catalanes que se quedaron en casa». Si se acepta la cifra orientativa de dos millones de personas, equivale a la suma de votos obtenidos en 2010 por CiU, PSC y PP, que copan el 80 por ciento de los escaños del Parlament catalán. Dado que los populares son los más proclives a utilizar este argumento por sus responsabilidades estatales, y moderando la cifra de asistentes a un millón, esa cifra triplica los datos obtenidos por Alicia Sánchez-Camacho en las últimas autonómicas.

El número es el mensaje, resulta más fácil contrarrestar los objetivos de la Diada que rebatir sus cifras abrumadoras. Unos años atrás, el asunto se hubiera saldado con el titular «Zapatero rompe España». En cambio, los autores de este enunciado concluyen que Rajoy no tiene nada que ver con lo que ocurre, probablemente el mayor insulto que puede dedicarse a un gobernante.