Cuanta más información recibimos de China más aumenta su misterio y cuanta más vecindad tenemos, más extrañeza, como si al avanzar en el conocimiento profundizáramos en el prejuicio. Después de dos semanas de estar públicamente desaparecido, el número dos de China, Xi Jinping, vuelve a los focos. Los que temen, ya temían lo peor. Lo peor en China es tan malo como en cualquier otra parte pero nuestra tradición cultural nos ha hecho creer en el pésimo oriental.

Reaparece Jinping y al mismo tiempo nos enteramos de que los ricos chinos se libran de ir a la cárcel contratando a un doble que cumpla la pena. No es un caballo blanco que se pone en el lugar del delito, sino un sosias amarillo que ocupa el lugar del delincuente. Viene a decirnos que los chinos se encuentran suficientemente parecidos entre sí como para confundirse unos con otros, como nos pasa a nosotros con ellos. ¿Y si este Xi Jinping es un doble del dos de China?

China contiene tanta verdad como cualquier otro país pero nos es difícil distinguirla porque llega mezclada con mucha apariencia. Sus bazares en nuestras calles venden miles de ítems entre los que, estadísticamente, debe de haber muchos objetos verdaderos pero, como no sabemos distinguirlos de los que sólo aparentan aquello para lo que sirven, no es difícil encontrar productos como las pinzas que, llamándose pinzas y teniendo forma de pinza, no pinzan. Esos sosias de pinzas pueden acabar colgando de un tendal aunque hayan sido incapaces de quedarse con nada que no fuera suyo entre sus dedos.

Un amigo quiere apuntarse a clases de mandarín pero teme que le enseñen un dialecto. Le tranquiliza que, aunque así sea, encontrará millones de personas que lo hablen en China. Asegura que, sea mandarín, wú, min, cantonés, jin, hunanés, hakka, gàn, hui o pinghua, le suena a chino, o sea, le parece de China.