El rey tomó ayer una iniciativa inédita y a la vez arriesgada. A través de la página web de la Casa Real publicó una carta a modo de declaración institucional. Ahorrándose la gravedad de una comparecencia pública, el monarca, sin embargo, lanzó una bomba de profundidad en pleno desafío soberanista de los nacionalistas catalanes y en medio de una crisis económica, política y social sin paragón, quizás desde aquella que forzó los Pactos de la Moncloa para salvar el proceso reformista que se abordó con la Transición. A lo mejor por eso, Juan Carlos I apeló ayer a aquel espíritu en un intento de recomponer la maltrecha situación actual. Sin embargo, el escenario no es el mismo y en una democracia ya asentada como la nuestra los usos y costumbres que se esperan de un rey constitucional es que se atenga escrupulosamente a su papel y se abstenga de iniciativas que puedan ser interpretadas como partidistas. Y más cuando la Corona puede ser, como aventuró el propio Artur Mas, la institución que mantenga el nexo de unión entre Cataluña y el resto de España. Quizás el remedio sea a la postre peor que la enfermedad.

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