Si se leen algunos comentarios periodísticos sobre la muerte del exdirigente comunista Santiago Carrillo, parece que la guerra civil acabó hace dos días. En algunos sitios he leído insultos como «asesino compulsivo», «genocida» o «torturador», y todo por la relación de Carrillo con los fusilamientos masivos de Paracuellos en noviembre de 1936. Carrillo vivió 97 largos años, pero para mucha gente su vida se quedó atrapada en unos hechos que sucedieron cuando sólo tenía 21 años, y en una ciudad sitiada „Madrid„ que vivía una desbandada gubernamental y que parecía a punto de ser tomada por el ejército franquista.

Y sí, es verdad que la actuación de Carrillo no está nada clara, y sus muchas contradicciones al intentar explicar lo que ocurrió indican que sabía mucho más de lo que nos quiso hacer creer. Un personaje como él, que era Consejero de Orden Público en el Madrid sitiado, no podía desconocer lo que pasó. A lo largo de un mes, entre noviembre y diciembre de 1936, unos dos mil quinientos presos de ideología conservadora (militares, sacerdotes, aristócratas o burgueses que iban a misa y habían sido denunciados por sus vecinos) fueron conducidos en camiones y autobuses hasta las afueras de Madrid y fusilados por varios grupos de milicianos. No fueron hechos espontáneos protagonizados por milicianos descontrolados „como contaba Carrillo„, sino actos muy bien organizados con una planificación y una estructura de mando. Es cierto que todo parece indicar que Carrillo no dio la orden, ya que los indicios apuntan a dos agentes soviéticos que trabajaban en Madrid, en concreto el periodista Mijail Koltsov y el agente secreto Alexander Orlov, un personaje que se merece una novela porque acabó huyendo a Estados Unidos en 1938. Pero resulta evidente que Carrillo sabía lo que ocurría y no hizo nada por evitarlo. Es más, estoy seguro de que le parecía un hecho irremediable de la guerra, lo mismo que si el bombardeo de una posición estratégica hubiese provocado la muerte de cientos de civiles. Un hecho cruel, quizá, pero inevitable. Nada más.

El problema es que los que critican a Carrillo se olvidan por completo de las matanzas cometidas por los sublevados franquistas, y que además fueron muchas y duraron muchísimo más tiempo, en algunos casos hasta bien entrados los años 40, aunque fuera con la farsa de un juicio legal. Porque basta pensar en la masacre de Badajoz de agosto de 1936, o en la represión feroz en Andalucía o en Mallorca, durante todo el verano del 36, para darse cuenta de que los franquistas asesinaron de forma premeditada a decenas de miles de personas, muchas veces sin acusación de ninguna clase y sin tan siquiera una farsa de juicio con las pruebas amañadas o extraídas bajo tortura. Bastaba con ir a buscar a esa persona a su casa y luego pegarle dos tiros en una cuneta o en un cementerio. Y que conste que en el otro bando se hacía lo mismo, porque nadie se libró de las atrocidades.

No intento quitarle a Carrillo su parte de responsabilidad. La tuvo, sin duda, aunque fuera más bien por omisión, pero lo que a mí me interesa es que esa sombra vergonzosa que le acompañó durante toda su vida quizá le empujó a adoptar durante la Transición un papel mucho más prudente y sensato de lo que podría haber sido. Y lo mismo puede decirse de muchos franquistas que acabaron aceptando la democracia, como el ministro Manuel Fraga o como el general Gutiérrez Mellado, quien vivió la guerra civil como agente franquista en el Madrid sitiado y que también protagonizó cosas que es seguro que no hubiera querido protagonizar. Si las cosas salieron bien durante la Transición fue porque cedieron las dos partes: la derecha franquista y la oposición comunista, que era prácticamente la única oposición organizada. Y fue así porque las dos partes llegaron a la conclusión de que no podían repetir los mismos errores que habían vivido en su juventud. Y por eso mismo, llegar a un acuerdo con quien en principio era su adversario no era una deshonra ni una humillación, sino quizá una forma secreta de triunfo sobre los peores aspectos de la condición humana, esos aspectos que unos y otros conocían bien porque los habían protagonizado demasiadas veces en sus vidas. Y si transigieron, si pactaron, fue porque había demasiadas cosas en su vida de las que tenían que avergonzarse. Cosas como Paracuellos, por ejemplo. Y tantas otras.