Tienen su parte de razón quienes aseguran que la rebelión social contra la política de miserias impuestas e impunidad de los ladrones, el malestar del català emprenyat por la sordera del poder central a todo intento de negociar las finanzas de Cataluña y hasta la moda o el impulso mimético han alimentado el independentismo catalán. Nada es de una pieza, nada orgánico, quiero decir, y la dualidad catalanismo/españolismo sólo es uno de los muchos pares de fuerza que nos constituyen. Por eso se habla de «construcción nacional», porque a diferencia de lo que sostienen los patriotas de cualquier signo, nada está hecho o es desde siempre, sino que se construye día a día.

De Gaulle se quejaba de la dificultad de gobernar un país con doscientas clases de quesos y eso en el país de Europa „Francia„ con las mayores reservas de inteligencia política. De Gaulle, que sólo se enfrentaba a una federación de corruptores de leche, probablemente se hubiera suicidado de tener que dirigir una nación (de naciones), España, que tiene «federados los usos y costumbres como tiene federadas las cocinas» (Julio Camba). A los franceses les encanta la France éternelle pero por si no es eterna del todo, bien que se dedican a levantar una radio, una tele, una literatura y un cine nacionales. Bien sûr.

Eso sí, hay que reconocer la astucia de la derecha catalana „implicada en gravísimos casos de corrupción y que tiene planes muy avanzados de liquidación de la sanidad, el transporte y la educación públicas y los aplicó incluso antes que Rajoy„ para llevar a su cauce los caudales de los más diversos hontanares. Primero abandonó a su suerte al tripartito catalán para que se estrellase en su ruta turística de fuegos de campamento y amor a la patria y, desde siempre, se ha dedicado a examinar la catalanidad ajena, como si hubiera una sola forma de ejercerla y como si ellos guardaran en un relicario la piedra de toque que la legítima. Y la izquierda catalana se ha dejado, en vez de mandarles a la mierda que era lo procedente, ¿no?