Cuando todavía no nos habíamos repuesto de las consecuencias del catastrófico incendio de Cortes de Pallás, Andilla y Macastre, cuyas cenizas llegaron hasta Mallorca, el fuego ha vuelto a ahogar el pulmón natural de la provincia de Valencia. Esta vez las llamas han castigado los montes de Los Serranos. Y en ambos casos, entonces y también ahora, el avance de las llamas se ve favorecido por un calor intenso y fuertes rachas de poniente. Las causas de estos desastres ecológicos no siempre hay que buscarlas en la negligencia o la perversidad humana. El hecho de que el primer fogonazo se detectara en la base de un poste del tendido eléctrico próximo a la central de Chulilla demuestra hasta qué punto la naturaleza y el azar se alían en ocasiones en perjuicio de la sociedad moderna, por muy civilizada y previsora que sea. Las primeras llamaradas podrán haber sido provocadas o no, pero hasta que la investigación apuntale su hipótesis, bueno será que reflexionemos sobre las políticas que nos ayuden a evitar que el paisaje de la Comunitat Valenciana se torne gris y desolado. Ni la prevención, ni la gestión forestal, ni la dotación, capacidad y rapidez de respuesta de los medios de extinción convencen a los ciudadanos y sobre todo a los afectados. Ya hemos perdido demasiado. El número de hectáreas que han ardido en lo que llevamos de año supera ampliamente las 60.000. Es obvio que no vamos por buen camino. O rectificamos o acabaremos abrasados.