Con tanto mirar alrededor, he decidido detenerme para fijar la mirada hoy, precisamente hoy, en un pensador y trasladar parte de sus reflexiones sobre lo que más desgarro le produce de lo que está pasando. Emilio Lledó se muestra tan predispuesto a desgranar lo que nos rodea que, cuando alguien lo cataloga de filósofo, frena y responde con un sencillo «qué más quisiera». Él es profesor de Filosofía. Un funcionario que está convirtiéndose en profesión de riesgo. Aunque no se trate de un experto, Lledó acabó integrándose en aquel comité de sabios, ideado por Zapatero, para tratar de poner cordura en la parrilla televisiva, del que salió más escaldado que entró. Y lo hizo por contribuir a la mejora de un canal esencial en la lucha contra la estupidez. A pesar del interruptus, el miembro de la Real Academia es optimista en cuanto a los medios de comunicación por la voz de los lectores, de los oyentes que todavía desparraman vestigios de sabiduría. Para él, la política es la esencia de la vida democrática. No se sobresalten. Se hace más necesario que nunca diferenciar para no volvernos locos del todo. Tranquilos y escuchen, que no es diputado ni contertulio de emisora. El político „continúa Lledó„ es el organizador de lo público. Y, sin embargo, al seguidor de los padres griegos le preocupan a más no poder los políticos partidos, tronchados y le sorprende que haya gente que los vote. Le entristece cuando la acción de éstos responde a intereses particulares. En Platón „recuerda„ la política es esencial pero con el requisito de estar integrada por gente decente. ¿Quién nos devolverá en el futuro los bienes públicos que nos están robando?, se pregunta. Lo que le preocupa es por qué dicen lo que dicen para hacer lo que hacen y en qué se sustenta. La clave, según los clásicos, reside en el método a aplicar. Lo importante es estar en el camino. Pues entonces, salvo Madre del amor hermoso, qué quieren que les diga.