Calificar la productividad como un arte ya es algo atrevido. Sin embargo, la cantidad de factores que intervienen en esa sencilla forma de definición de hacer más con menos es tan grande, y su manejo tan complejo, que no hay formulación matemática ni algoritmo único que permita obtener un óptimo de la función objetivo. Es por ello que nos referimos a la productividad como un arte: sin reglas.

Lo que sí es cierto es que todo el mundo coincide en afirmar es que la baja productividad española es nuestro talón de Aquiles, nuestro principal problema. Cuando hablamos de un país como España, conceptualmente se integran muchos factores: comunidades autónomas, ventajas fiscales, infraestructuras diferenciadas, clima... Al integrar, toda la información local se pierde. Sin embargo, esta aproximación sí pone de manifiesto las causas comunes de la pérdida de productividad. Fundamentalmente estas causas están en el denominador de la definición, es decir: en España hay excesivos recursos para los resultados del sistema productivo actual y es por ello, fundamentalmente, que nuestra productividad es muy baja.

En el ámbito empresarial, en el que existe competencia como elemento regulador automático, este problema se resuelve con relativa facilidad. Si no se toman las decisiones adecuadas reiteradamente, la empresa acaba desapareciendo, manteniéndose o creciendo si son adecuadas. Por ejemplo, cuando un empresario decide crear un puesto de trabajo fijo, es porque con su creación aumenta de forma sostenida la cuenta de resultados; si no, no lo crea u, ocasionalmente, subcontrata. Así ocurre generalmente.

Vamos a pasar ahora a otra dimensión: España, la productividad española. En el numerador de la productividad de un país no solo están los bienes, sino también los servicios. Estamos en la hipótesis de un mantenimiento de los servicios, es decir, en unos momentos de recesión económica queremos aumentar nuestra productividad, manteniendo, como mínimo, los servicios a los mismos niveles anteriores a la recesión. Para ello, la única vía es analizar el denominador de la ecuación, es decir, los recursos utilizados para producir bienes y servicios.

A nivel de bienes, en la empresa privada existen, como decíamos antes, elementos reguladores (la competencia) que proporcionan información muy útil para actuar. En cualquier caso, este no es el objeto de nuestra reflexión en este artículo. Comparativamente con países de nuestro ámbito económico y geográfico, según fuentes de información recientes publicadas en prensa local, tenemos un excedente de, al menos, 250.000 puestos de trabajo repartidos por la Administración central, autonómica, local y europea que son prescindibles para el mantenimiento del numerador de la productividad española. O no hacen falta, o son redundantes, o son ineficientes.

Los europeos del norte lo saben y saben también que el proceso para llegar a acumular ese espectacular excedente de capital humano ha sido largo e independiente del signo político del partido gobernante que los ha creado o consentido. Nos están diciendo que esto no puede ser, que no podemos seguir así, que tenemos que recortar y que los recortes, que son muchos y dolorosos, deben de ir también en esa dirección. Los políticos se quejan, a veces con razón y otras sin ella, de la existencia de desafección ciudadana. Medidas correctoras contundentes en la dirección de este artículo fortalecerían su credibilidad.