Como en una cápsula del tiempo. Entonces la ciudad era más pequeña. Estudiantes, periodistas, artistas y cineastas vagabundeaban por las cafeterías. Sentados a beber y conversar hasta altas horas de la madrugada dejábamos pasar las horas en los lugares de encuentro, en la Torna, en Barro, en la cervecería Madrid, en Cristopher Lee, en el Racó o en el bar Glorieta. Éramos los mismos que antes nos habíamos encontrado en alguno de los cineclubs que florecieron durante aquellos años. Recuerdas aquella Valencia oyendo el nuevo disco de Bob Dylan «Tempest». Suena el silbato de un tren de vapor y ya no están las respuestas flotando en el viento. Las vidas truncadas, las almas muertas son narradas desde una voz lacónica y sarcástica que nos avisa que: «No estoy muerto todavía / Mi campana todavía resuena». La voz canta el naufragio del Titanic, el asesinato de Lennon. A veces parece la salmodia de un narrador apocalíptico que ha convertido los viejos sueños en pesadillas, que solo encuentra escombros tras el paso de la tempestad.

Se suceden las baladas desoladas, los blues agónicos, el rockabilly, folk y country de una voz que es guardián y memoria de tanta historia musical americana. La pandilla del Chelsea Hotel contra los de la Factory. Entonces los artistas eran los nuevos sacerdotes de la vanguardia y la modernidad. Andy Warhol radiografiaba el alma estadounidense desde el fotomatón, la polaroid y la serigrafía. Las cajas de brillo, las latas de sopa Campbell, idénticas pero no iguales. Todo era producto de la saturación de imágenes de la televisión, también la repetición de rostros de estrellas: Liz, Jackie, Mike Jagger, Elvis, Marilyn, Brando. Una obra obsesionada por las estrellas y por la muerte de John Kennedy, Martin Luther King, Bobby Kennedy, la guerra del Vietnam o los primeros encuentros de 1972 entre Nixon y Mao. El mismo voyeurismo por la muerte en sus grandes pinturas de «Cráneos», o en la serie «Silla eléctrica», un alegato contra la pena de muerte.

Desde el sábado próximo, en el centro cultural Bancaja, podemos ver un recorrido por su obra gráfica, por sus iconos y obsesiones. Más de sesenta obras en «Andy Warhol Superstar», exposición organizada por The Andy Warhol Museum of Pittsburgh.

Desde el Centro Cultural de la Glorieta paseamos hasta el IVAM para ver la exposición de Frank Stella «Del rigor al barroquismo». Treinta y seis obras de la trayectoria del pintor americano que van desde su ruptura con el impresionismo abstracto a finales de los 50 a su paso al arte abstracto y al minimalismo con claras evocaciones del pop, del graffiti y de la cultura popular. Premio Internacional Julio González 2009, Stella nos define los tiempos plásticos actuales: «Ya no existe un arte realmente radical. Hoy todo es más relativo. Se ha perdido el espíritu que movía el arte de buena parte del siglo XX. Entonces convivían distintas escuelas y creadores, de Kandinsky a Rothko, por ejemplo, con la abstracción como impulso. La diversidad de este nuevo milenio, sin embargo, borra las fronteras de lo radical. Hay más artistas que nunca, más galerías, más dinero, más ideas. Pero nada nuevo. Casi todo lo hemos visto antes. Ahora lo más excitante es la publicidad».

En la actualidad se muestra preocupado por las falsificaciones en el arte, por aspectos relacionados con el mundo digital, la presión del mercado y la globalización. En la presente situación del mercado artístico global sigue cada vez más vigente la idea de Juan Genovés: «Siempre digo: ante un cuadro, una silla». Una silla muy cómoda que no nos imaginábamos en aquellas tertulias de principios de los setenta, el hecho de poder ver en nuestra ciudad, simultánea y sosegadamente, las exposiciones de Warhol y de Stella. La obra de Juan Genovés nos hablaba de la ansiedad y desesperación de todos ante la dictadura. Siempre ha necesitado de cierta figuración para dar a su obra cierto carácter fotográfico que la acerca a quien la contempla. Sus trozos de manchas, sus relaciones y sus formas sugieren una reflexión acerca del flujo descontrolado de la multitud y la soledad del individuo, un acercamiento a nuestro universo urbano lleno de encuentros y desencuentros. Para Genovés: «Un cuadro es un objeto hecho para pensar. El que se pone ante una obra plástica y no le sirve para pensar, no le sirve para nada. Aunque estemos en una época en la que a la gente no le gusta pensar».