La CV pilota sobre dos únicos vectores: El Palau de la Generalitat, hoy en manos de Fabra, y el gobierno del cap i casal, abrazado a Barberá desde hace 21 años. Naturalmente, la alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, es un cero a la izquierda y el alcalde de Castelló, Alfonso Bataller, no deja de ser el gobernante de una ciudad media, aunque la primera consuma mucha prensa y el segundo se mantenga entre silencios elogiosos. No cuentan, en definitiva, más allá de los censos respectivos. Se podrían ofrecer muchos datos para certificar esta simpleza. Pero basta observar las bendiciones del Gobierno y del PP que obtuvo ayer Barberá en Madrid, comenzando por la presentadora Soraya Sáenz de Santamaría: la alcaldesa tiene cargadas las baterías para una larga temporada. Obviemos las barbaridades que vomitó Barberá sobre las escaramuzas de los diablillos del norte, siempre prestos a colarse por cualquier rendija para robarnos la identidad al menor descuido, porque es una herencia de la transición que no se cura con los años y contemplemos el paisaje que deja la alcaldesa tras su disposición a repetir como cabeza de lista del PP, a pocos días del «fichaje» -con perdón- de Jorge Bellver por Fabra.

Hay algo obvio. El contrapoder del Palau no tira la toalla, lo que levanta nubarrones sobre el horizonte de su inquilino, dado que las relaciones entre ambos han llegado a ser objeto de caricatura. Sería como buscar una moneda de oro en el vertedero si interpretáramos que el conflicto entre una alcaldesa legitimada por múltiples elecciones (seis, por ahora) y un presidente que no ha pasado por las urnas se refiere al candor del debate político o la manera de combatir las amenazas sociales más acuciantes. Demasiado vacuo. Los modos de entender la dirección de la CV o del PP apenas dan para un trazo fino. Lo que hizo Rita ayer (0 eso parece, porque es indemostrable) fue marcar el territorio. Repintar las fronteras. Cerrar el debate sucesorio que la debilitaba (después ya veremos si su anuncio cristaliza). Reverdecer el antagonismo. Confirmar que su representación del PPCV -el de la voluptuosa exaltación de los tópicos de la terreta y otros códigos que Camps llevó al frenesí- sigue vivo y coleando. Y, en fin, testimoniar que el PPCV posee todavía dos cabezas, en espera de una quiniela azarosa: ¿y si la Generalitat se pierde y el cap i casal se gana?

En un regate byroniano, la alcaldesa argumentó que seguía en su puesto con una frase estupenda, dada su atroz trivialidad. «No sé hacer otra cosa», dijo. Sepa hacer de alcaldesa o de cocinera especializada en platos de la región de Fumanchú, lo cierto es que su determinación remueve el teatro político e ilumina los acusados problemas de Fabra. La inversión del Gobierno en los presupuestos ha sido mínima en relación a otras comunidades, la voluntad de Madrid hacia el corredor central golpea las mejores intenciones del Consell, la reivindicación sobre la financiación se ha de ajustar a los nuevos ritmos del Gobierno amigo, la devastadora economía hace estragos y, por si fuera poco, Rajoy imita a Zapatero y no se acerca por aquí ni para echar una mano. Para postre, Rita se ha puesto en vigilia durante tres años más...