Opinión
Cuidado: monstruos
Escribo después de la huelga general que también hice, sin convicción pero con voluntad. La crisis fue un robo general y como todo desafuero, pilló a la razón dormida: era lógico que despertáramos rodeados de monstruos, porque los monstruos, antes de ser, necesitan ser concebidos, el mundo es ideal. Y entre esos monstruos, las majaderías que señalaban falsos responsables del desconsuelo: de Zapatero a los funcionarios (no son tantos y sus sueldos medios son una birria) y de la sanidad pública a nuestro supuesto tren de vida uniformemente acelerado. «¡Se acabó la barra libre!», proclaman los borrachos terminales. «¡Vivimos por encima de nuestras posibilidades!», les dicen a los despeñados de los balcones del desahucio.
Incluso un tipo que vive de las subvenciones y administra un rebaño en gran medida acogido a los préstamos del ICO como el sinvergüenza de Joan Rosell, el jefe de la patronal, dice que a los sindicatos sólo se les ocurre el recurso al presupuesto público, cuando el gran capitalismo español apenas es otra cosa que un chanchullo incestuoso de amiguetes, información privilegiada y ladillas de la adjudicación y como si las calamidades públicas admitieran soluciones privadas. Pero, claro: a mayor delgadez del Estado, mayor facilidad para repartírselo en suertes.
Ése es un aspecto del problema más allá de los dramas personales que tocan todas las coloraciones, pardas, del desamparo. Quieren rematar lo que empezaron dejándonos en pelota viva. Aviso que un conocido novelista va proclamando por ahí que para enderezar las cosas haría falta colgar a una veintena de políticos y a otros tantos financieros. No lo sé, pero tengo claro que si ahora no se mete en la cárcel a los responsables del saqueo de las cajas, de los embrutecidos latrocinios en la administración y de la contabilidad dúplice y marrullera, luego la gente ya no se conformará con la cárcel, eso es de cajón. En situaciones así, voces como la mía no tendrían ninguna oportunidad de ser escuchadas, si es que no me apuntaba al desmelene, no quiero que me cuenten nada.
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