Se avecinan cambios más profundos en la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). El nuevo equipo directivo está gestando una centralización de las predicciones meteorológicas desde su sede en Madrid, eliminando el papel que desempeñan actualmente en ese cometido los grupos de predicción y vigilancia (GPV) periféricos. Es el caso de la Comunitat Valenciana, Baleares y otras delegaciones territoriales, que hasta ahora no sólo han tenido una función decisiva, sino que en las dos últimas décadas se han especializado extraordinariamente en la detección y pronóstico de los temibles temporales de lluvias torrenciales que se dan casi todos los otoños en las comunidades del área mediterránea. Desmantelar los GPV se vislumbra como una muy mala noticia, un craso error -bajo mi punto de vista- para un país como España, en el que el clima cambia no sólo dentro de una misma comunidad autónoma, sino sólo a 20 kilómetros de distancia. No sirve el ejemplo de países europeos en los que la predicción está más centralizada que aquí, porque en ellos el clima es mucho más uniforme en su territorio de lo que tenemos en España, cuya diversidad geográfica presupone una extraordinaria variedad climática. Arrancar el papel predictivo a las delegaciones de la Aemet para llevarlo a la sede de Madrid, lamentablemente, parece transportarnos a lo que sucedía en lo meteorológico antes de la consolidación de la democracia. Y no nos engañemos: no se trata de evitar solapamiento de funciones, porque la especialización de los GPV en estos años ha sido extraordinaria y ha quedado acreditada en numerosos episodios. Dejemos que los técnicos hagan su papel, el que les corresponde, que no es otro que el de informar y avisar a la población del tiempo que nos espera. Y eso, hoy por hoy, quien mejor lo hace son los grupos predictivos que trabajan en cada comunidad autónoma. El resto es política.

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