Opinión
Entre platos y tras un café
Parece que Camps ha decidido detener el tiempo y dejar de suicidarse asiduamente. Se suelen suicidar con pulcritud los que creen en la Gloria, en su fidelidad póstuma. Es uno de los actos preferidos de los poetas (la poesía ha sido el único arte hasta el romanticismo), pero en manos de la clase política se convierte en una oxidada caricatura. O en una vindicación de la ramplonería, que es peor. La pulsión postrera de Camps la publicó la revista Telva con moldes de parodia. Se confirma una y otra vez que la posteridad no está hecha para los políticos valencianos. El único personaje enigmático sigue siendo Jaume I, y de eso han pasado ya algunos siglos. Aún se celebra su entrada a caballo por estas latitudes. Los demás duermen bajo un montón de losas.
Al vicepresidente Císcar le preguntaron ayer por el encuentro Fabra/Camps, que envuelve la mesa camilla del politiqueo como si se tratase de la entrevista entre Churchill y Chamberlain en los agónicos cuarenta. Císcar se calzó la ética de la responsabilidad -frente a la de la convicción- y emitió una longitud de onda muy clásica: la relación entre ambos es muy buena y forma parte de la normalidad que se sienten entorno a una mesa. El vicepresidente parecía rememorar a aquel personaje del XVIII ajeno a su muerte inmediata, apoyado en una tabla del carro que llevaba a los aristócratas a la guillotina mientras leía absorto un libro. Subió al cadalso sin parar de leer.
En realidad, la relación entre Fabra y Camps dista mucho de ser cordial. Se rompió cuando la maquinaria del juicio se puso en marcha, y los detalles -Camps ha sido un material del que la prensa no ha desperdiciado ni la última uña del pie- han de ser conocidos por los párvulos de las escuelas católicas y públicas. Es sabido que tomaron café, que el expresidente le entregó su aval para el congreso y que ha habido alguna ráfaga de cordialidad protocolaria. Fin. Fabra tiene una idea de la CV „o no tiene ninguna, para el caso es igual„ y Camps, como el personaje que no logra apearse del sueño, mantiene la firme voluntad de levantar obras, no importa si hay que levantar al propio PP o la totalidad de la CV. Para que haya diálogo productivo alguien ha de dar un paso atrás. Es un asunto que va más allá de las capacidades. Exige reverencias. Si el paso atrás lo da el jefe del Consell, andamos mal.
Los adictos a la nigromancia extraerán una lectura adecuada de lo que ambos políticos hablaron entre plato y plato, tras la visita de Rajoy. Los esclarecedores de enigmas habrán de descifrar si fue Rajoy quien recomendó a Fabra que se aproximara a Camps (no parece) o si el presidente llamó al diputado antes del desembarco de Rajoy (tampoco parece). Tal vez Fabra pensó en la entrevista dos días antes de que aterrizara Rajoy y fue esa misma noche, tras embarcar el presidente hacia Madrid, cuando el Palau concertó la cita mediante los fríos conductos habituales (casi seguro). En todo caso, la fractura entre uno y otro posee fuertes avales: Fabra ha expulsado el imaginario de Camps puertas afuera, obligado en parte por las circunstancias. Recortes, y adiós a los «eventos»; reforma de la administración, y adiós a algunos fieles a Camps; elogio de la transparencia, y adiós a Rita Barberá. Y así.
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