Opinión
Activistas
Tenemos un poder desagradecido y perezoso. Está pensando en otra cosa, pero cuando la gente se levanta y defiende lo que es de todos, entonces ese poder se apresura a ponerse en pie de guerra, exhibir unos papeles que llama leyes y utilizar la fuerza, si hace falta, para disolver a los entrometidos. Eso sí, dejando de lado cualquier sensibilidad, cualquier razón, y criminalizando al activista que actúa sin ánimo de lucro, sin pretender beneficiarse personalmente. A ese le señala como elemento peligroso, le pide que se identifique, y le considera merecedor de porrazos y zarandeos.
Todo eso en lugar de levantar un monumento al ciudadano anónimo solidario, que sostiene la pancarta del bien común, a ese que invierte su tiempo, su esfuerzo, incluso su seguridad, por defender lo que cree justo.
En esta ciudad, gente así consiguió para todos un parque natural en La Albufera, cuando otros planeaban una urbanización; un jardín en el viejo Turia en lugar de una autopista; una playa en la Malvarrosa en vez de otra autopista (qué obsesión!); un barrio como el Cabanyal, entero y vivo; un Botánico a salvo y no un hotel de lujo; un jardín en la plaza Manuel Granero evitando un aparcamiento, y un largo etcétera de logros. Mientras el poder miraba para otro lado, amparado por la ley de turno, ciudadanas y ciudadanos rebeldes, sensibles a lo público, estaban dispuestos a hacer lo que no hace quien debe.
También ciudadanas y ciudadanos, jóvenes y mayores, se concentraban en cada desahucio (que no era el de ellos), soportando el peso de la autoridad que les exigía volver a casa como buenas ovejas. Pero no lo hicieron, se quedaron, y por eso merecen el reconocimiento de todos, porque la sociedad es mejor gracias a su esfuerzo, sin tener más sueldo que su convicción.
Ahora, ya ven, han hecho falta suicidios desesperados, para que el poder reaccione. El mismo poder que ayer pedía inmovilismo, silencio o paciencia ilimitada, hoy dice que hay que llegar a un acuerdo, pero en un escenario de luto.
Y, a poco que nos descuidemos se apuntarán en su haber el éxito que no es suyo. Por eso es imprescindible un aplauso sonoro, que llegue a todos los tímpanos, agradeciendo a los activistas su papel imprescindible en nuestra sociedad y animando para que nos sumemos a la acción, como tarea básica para la convivencia.
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