Alguna vez un tipo saleroso dijo en el parlamento español: «¡Cuerpo a tierra que vienen los nuestros!». Esa idea le debe pasar por la cabeza al presidente del gobierno de Madrid D.F., Ignacio González, al ver a la familia Aznar conjurada contra su persona y en defensa pública de la continuidad del hospital de La Princesa. La familia Aznar en su versión extended y con bonus track se llama FAES, que parece el nombre de un bombardero de la OTAN. Doña Esperanza Fuenscisla Aguirre y Gil de Biedma, que así se llama la marquesa avalista del señor González, ya debe de haber puesto a remojo sus bonitos calcetines tobilleros al tiempo que le canta al de Quintanilla la famosa copla de Astrid Hadad: «Como si fuera un calcetín, ay tírame cuando este rota/ que en las cosas del amor (bis), no hay manera de zurcir».
En política y en lo demás, casi nada es lo que parece, así que hay que descartar que los Aznar se hayan apiadado de los usuarios de la sanidad pública o que se escandalicen por el hecho escandaloso de que quisieran transformar el hospital en un supuesto centro geriátrico con administración privada, cosa que sólo puede traslucir el propósito de extraer abundantes plusvalías de la escasa salud de los ancianos con la billetera repleta. Propósito imbécil: la pretensión de seguir adelante a costa de la sangre joven se llama vampirismo y se cura con una estaca de madera, son los hijos los que deben enterrar a los padres, no al revés.
Aznar es un tipo curioso. Su ley del suelo fue la apoteosis del pensamiento neoliberal que, en su alma de nacionalista español „por eso se opone al rescate financiero de España„ sustituyó a un falangismo raído y melancólico. La nueva fe le proporcionó brío, melena y abdominales y la conciencia mesiánica de ser la última reencarnación del césar Carlos, nuestro señor. En correspondencia con tan altas visiones (y ya emparentados ritualmente con el panteón real español sito en El Escorial), han tratado al señor González „encima se apellida González„ como a un súbdito desleal. Así son los Ceaucescu, uy, perdón quería decir los Aznar.